Leyendas coloniales 1 | Page 13

Un día, cuando la mulata asistió a misa por la mañana, Don Martín de Ocaña, que era el alcalde de Córdoba, quedó prendidamente enamorado de la mulata. Ya había oído rumores sobre ella y sobre sus extraños poderes, incluso sobre el supuesto pacto que había hecho con el diablo; pero creía que sólo se trataban de supersticiones de pueblo.

Trató de hacerle la corte y le dedicó sus más bellas palabras, pero a Soledad no le interesaban los romances; y mucho menos con un señor tan entrado en años. El alcalde, poco acostumbrado a los desaires y a ser despreciado por mujeres, y sobre todo, por una de tan poco valor como lo era una mulata, sintió que su orgullo había sido burlado y despreciado..

Para vengarse, Don Martín de Ocaña utilizó a su favor los constantes rumores que el pueblo pregonaba en contra de Soledad. Así que acudió con las autoridades del Santo Oficio y la acusó de haberle dado una bebida para hacerle perder la razón.

La Iglesia, que también ya había escuchado rumores sobre Soledad, no dudó en apresarla de inmediato. Fue llevada presa sobre una carreta descubierta, la cual era custodiada por la mismísima Santa Inquisición hasta las mazmorras del castillo de San Juan de Ulúa. Se le acusó de practicar la magia negra, así como de invocar a los poderes de las tinieblas, de tener comercio carnal con Satanás y de burlarse de la religión.

Es verdad que muchas personas del pueblo le debían favores a la mulata, pues muchos fueron los beneficiados de su bondad y su talento para la medicina y la hechicería. No obstante, también es verdad que nadie le tenía cariño ni favoritismo. Bien se dice que por instinto, el ser humano rechaza todo lo diferente y extraño, y acoge en cambio aquello que le es familiar. En este caso, lo normal era siempre estar a favor de la Iglesia.

Así que si cuando la Iglesia les pidió a las vecinas de la mulata que testificaran en su contra, ellas lo hicieron sin rechistar. Contaron todas aquellas aventuras que habían escuchado sobre ella, los rumores que se corrían en el pueblo y alguna que otra historia improvisada en el momento.

Los sacerdotes de la Santa Inquisición escucharon con total atención cada uno de estos relatos. Escandalizados, condenaron a la pobre mulata culpable de brujería y fue condenada a ser ejecutada en la plaza pública en leña verde. El pueblo estaba encantado con la noticia, no tanto por ver morir a la mulata, sino por presenciar otra excelente historia de aquella mujer que daba tanto de qué hablar y entretenía a los pueblerinos con sus increíbles hazañas.

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