La Mulata
Cuenta la leyenda que allá por la época de la Inquisición y el Santo Oficio, vivió en la ciudad de Córdoba, Veracruz, una hermosa mujer llamada Soledad. Nadie supo de dónde provenía, ni quién era su madre ni su padre.
Aunque muy hermosa, Soledad tuvo la desgracia de nacer mulata, una mezcla entre indios y negros: dos razas que no tenían derechos y eran mal vistas por la sociedad. Esto provocó que Soledad se volviera solitaria y huraña. No obstante, nunca pasó desapercibida entre los vecinos, a quienes les gustaba murmurar extravagancias sobre su persona.
Los hombres juraban que la mulata Soledad era buenísima para sanar enfermedades incurables. Las mujeres casaderas aseguraban que ella tenía el poder de hacer que sus novios les propusieran matrimonio. Las mujeres casadas, celosas por las pasiones que la mulata despertaba en sus maridos, solían correr el rumor de que ella sabía de embrujos, magia y encantamientos.
Por las noches, se decía que si pasabas por la casa de Soledad, podías observar extrañas luces en su casa como si estuviera celebrando algún ritual. Pronto se corrió el rumor, incluso entre las personas más respetables, que la mulata Soledad había hecho un pacto con el diablo, y que en las noches le gustaba volar sobre los tejados aunque en realidad nunca nadie la vio. Sin embargo, no quisieron acusar a la mulata con la Iglesia, pues de alguna forma u otra, todos se veían beneficiados con su presencia; pero sobre todo, con sus dones.
Un día, cuando la mulata asistió a misa por la mañana, Don Martín de Ocaña, que era el alcalde de Córdoba, quedó prendidamente enamorado de la mulata. Ya había oído rumores sobre ella y sobre sus extraños poderes, incluso sobre el supuesto pacto que había hecho con el diablo; pero creía que sólo se trataban de supersticiones de pueblo.
Trató de hacerle la corte y le dedicó sus más bellas palabras, pero a Soledad no le interesaban los romances; y mucho menos con un señor tan entrado en años. El alcalde, poco acostumbrado a los desaires y a ser despreciado por mujeres, y sobre todo, por una de tan poco valor como lo era una mulata, sintió que su orgullo había sido burlado y despreciado.