LETRINA
Número 8
Septiembre 2016
todo este tiempo he estado muerto? ¿Y si todos estamos muertos desde el
principio?
Un hombre se acerca a mí y me ofrece un pañuelo. Asumo que es para
secarme las lágrimas, pero me equivoco. «Tenga más cuidado con la tela
adhesiva», dice. «A veces se despega y la gasa ya no sirve de nada»;
cierra su comentario pasando por mi nuca uno de sus dedos para después
limpiarlo sobre el pañuelo. Al ver mi sangre embarrada en él, siento que
mi rostro comienza a hervir. Agacho la cabeza, ocultándola del extraño
y me cubro la nuca con el pañuelo. Al levantar la cabeza, el hombre se
despide de mí al otro lado de la calle.
Nunca me dijo su nombre y decido dirigirme a él como Doctor por el título
colgado en la sala. Es un hombre alto y delgado, con grandes ojeras casi
negras y bolsas de piel debajo de los ojos. El pretexto de mi visita fue
la devolución de su pañuelo. La mancha de sangre fue imposible de quitar.
El hombre se pasea ansioso a través de toda la sala, encorvado,
tímido, buscando complacer todas mis necesidades: un vaso de agua, o
licor, si lo prefiero; chocolates, un puro. Acepto un vaso de vodka y
el puro. Jamás había fumado uno. El Doctor lleva puesta una playera
blanca de manga larga con cuello de tortuga. Un tic acompaña el final
de todas sus frases: despegar de su piel la tela del cuello de tortuga
y levantar las cejas.
Después del funeral de aquel día, el Doctor me hizo señas para que
me acercara, intercambiamos números y después, por teléfono, acordamos
una cita que se concretó hoy. En la misma pared donde cuelga su título
cuelga una veintena de sombreros de diferentes estilos y colores, como
cabezas de animales en el hogar de un cazador. Pero el Doctor no es
ningún cazador: es una presa que se camufla detrás de aquel sombrero y
esa playera de manga larga.
En palabras suyas, él no bebe, no fuma; hace ejercicio y su
alimentación es de las más balanceadas. Sentado frente a mí, confía a
mis oídos todo lo que debo saber acerca de él: tiene 76 años y planea
vivir lo necesario para curar a todos de lo que él denomina una terrible
enfermedad. Se levanta de su sillón y me ordena seguirlo. Abandono el
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