LETRINA Número 8 Septiembre 2016
en tono no creíble mostrando la poca importancia que le daba a ese tema.
Su celular sonó y lo sacó sin dejar de sonreír, como si tuviera más cosas que contarme y estuviera a punto de hacerlo. Atendió la llamada y por menos de un minuto se limitó a escuchar. La expresión de su rostro fue transformándose, primero en seriedad y luego a una figura angustiada. Colgó sin despedirse. Arrugó la frente y clavó la mirada al suelo. Su cara tomó un tono rojizo por contenerse, lo que para mí evidenció una rabia y desesperación que reprimía. Dejó el teléfono sobre la mesa, se levantó pidiendo permiso con una voz débil y se dirigió hacia el baño. Quise decir algo, pero desconocía cuál era el problema y eran tan pocos los lazos entre nosotros que cualquier palabra habría sonado ridícula.
El teléfono volvió a sonar y a vibrar, anunciando que había recibido un mensaje escrito. El aparato estaba boca abajo y yo deseaba saber lo que sucedía, pero no me atreví a levantarlo. Llegó el mesero y me preguntó si se me ofrecía otro trago. Le dije que no y se marchó. El teléfono volvió a vibrar dos veces más, mientras que a la distancia noté que Efrén había salido del baño y de manera mecánica y un poco tambaleante se secaba las manos. Debía actuar rápido si quería enterarme, pero me quedé inmóvil. Efrén llegó, se sentó, tomó el aparato, leyó de pasada y lo apagó. Nos quedamos callados. Ahí, en esa terraza, como dos bloques de hielo derritiéndose debajo de una que otra estrella que todavía pasaba y se extinguía. El cerro era demasiado oscuro y el sonido de la naturaleza era ensordecedor. Él apretaba el teléfono en su mano izquierda y movía su pierna de ansiedad.
Yo tenía la mejor... murmuré, pero no pude continuar al sentir que mi garganta se cerraba. Había pensado tantas veces esa frase, sin embargo nunca se la había dicho a otra persona. Él me volteó a ver desconcertado, así que continué:
Yo tenía una gran esposa – dije con más certero –, y... y habría hecho cualquier cosa por ella...
Página 63