LETRINA SEPTIEMBRE 2016 | Page 64

LETRINA Número 8 Cuando dije esto, supe que al Septiembre 2016 fin nos había alcanzado la realidad. Los ojos de Efrén se enrojecieron humedeciéndose. Yo me puse nervioso al no saber si había empeorado las cosas y al mismo tiempo mi aflicción por lo que me pasaba me hacía perder el suelo. Quise decir algo, pero no pude. Comenzó en mí la sensación de abandono y el dolor más grande que he padecido, como si todos los dolores de mi vida que se habían quedado enterrados, se juntaran y punzaran en ese instante en un lugar preciso de mi estómago hasta mi garganta. Después de eso, ya no podría evitar pensar en las mentiras que me había hecho sobre mi matrimonio, ni podría aferrarme al trabajo o a la indiferencia. Efrén se acercó a mí. Escuché cómo su respiración se agitaba como cuando alguien está teniendo un ataque de asma. Puse mi mano en su espalda, en un intento para tranquilizarlo, pero al hacer esto él perdió el equilibrio y tuvo que sentarse en el suelo. Se sujetó al tubo del barandal para no caer. Al fin se acabó, dijo susurrando. Se acabó, volvió a repetir por inercia. Lo levanté y lo abracé, como se abraza a un niño, a un muñeco de trapo que no cuenta con fuerza en el cuerpo. El llanto en él se convirtió en un rancio berreo y mi dolor se detuvo en seco. Me pareció haber hallado el modo de empezar a dejar atrás mis interrogantes. Al fondo del restaurante se escuchaba un gritó de mariachi. La temperatura de mi rostro aumentó, y sin que pudiera evitarlo empezaron a salir de manera casi mecánica las lágrimas de mis ojos. Efrén reaccionó. Recibí mi propio pañuelo que le había dado cuando salimos y limpié mi rostro con urgencia. Luego todo fue silencio hasta que el mesero llegó y nos avisó que la cena estaba lista. Le pregunté a Efrén si quería irse y me respondió que no. Nos sentamos sin decir una sola palabra y sin movernos frente a la mejor comida del Perú. Página 64