LETRINA SEPTIEMBRE 2016 | Page 61

LETRINA Número 8 Septiembre 2016 cuando una camioneta de la perrera se cruzó en el camino. Efrén se hizo una herida fina con la piel del volante, como cuando uno se corta con una hoja de papel, y la sangre manchó su mano. Le di mi pañuelo y apretó su dedo, luego perdió los estribos y realmente enfadado le gritó al otro chofer. Ese acto me reconfortó, como si al fin comprobara que de verdad corría sangre por su cuerpo. En el camino pasamos frente a una cabaña que se asemejaba a un chalet suizo. Había sido construida así por exigencia de su antiguo dueño. Era grande y se veía conservada, aunque el jardín se encontraba crecido y repleto de hierbas malas. Se quedó sin dueño. He pensado en comprarla, dijo Efrén. Iba a preguntar, cuando me percaté que se disponía a explicarme. Ahí vivía un coleccionista, un huai –no reconocí el significado de la palabra, pero no quise interrumpir– con miles de piezas simbólicas de todas las religiones y que se hacía pasar por un foráneo ejemplar. Sabíamos que había algo raro en él, pero no quisimos dejar que nuestro escepticismo nos hiciera mostrarnos prejuiciosos. Cuando Efrén se expresó de ese modo, haciendo referencia a que él era parte de su poblado, su acento peruano se marcó todavía más. Era callado y descortés con los vecinos cuando lo visitaban, dijo mostrando una leve indignación. Al parecer, convenció a dos retardados para que lo ayudaran a secuestrar, primero a un niño y luego a una niña. Efrén notó mi desagrado por las palabras que estaba usando, pero no se detuvo. Cuando fue por el tercero cometió un error, evitarlo, me sorprendió dejaba de ser cómo el Efrén, hombre cada de vez modales más, y sin tono poder de voz imperturbable y cuidadoso, para mimetizarse en un lugareño más. Se llevó a uno de los niños de los adefesios. Como nunca antes, salieron fuera de su área y no tardaron en pensar lo peor donde nadie quería ver. No se sabe bien qué pasó con el huai cuando lo atraparon. Devolvieron los cadáveres de los otros dos niños a sus familias y ellos enterraron a su pequeño. La madre sorda no dejó de Página 61