LETRINA Número 8 Septiembre 2016
que yo estaba involucrado en Perú sabía la historia de la mejor esposa del mundo que me había abandonado, que a mis espaldas se comunicaban entre todos y se inventaban hipótesis sobre lo que sucedió con mi matrimonio. Nunca más volví a hablar de Efrén con la mujer del hotel y no volví a quedar con ella, al menos no para conversar.
Continué visitando el lugar de luchas clandestinas. Para administrarme, construí un sistema que distribuía la mitad de mi sueldo en varias noches. Jamás rebasé lo que tenía planeado gastar, aunque mi sueldo fuera mucho mayor.
Buenas noches, señor Alcalá, me decía reverenciándome el viejo de la puerta cuando me retiraba, y yo siempre le daba un cinco por ciento de lo que había ganado, o lo poco que me había quedado. Aquel hombre nunca volteaba a ver el dinero en mi presencia y mientras se despedía mostraba una gran gratitud.
Una tarde decidí realizar papeleo fuera de la oficina y así darle oportunidad a mis subalternos de evadir sus obligaciones. Fui a una cafetería con mesas compradas varias décadas atrás, que posiblemente tuvieron la intención de parecerse a los establecimientos de las películas viejas de Hollywood. Efrén estaba sentado en una de las mesas de la orilla, tan bien vestido como siempre, abstraído y revisando hojas viejas con un color amarillento. Sentí una fuerte necesidad de saludarlo. Desde aquel día que su amiga me había hablado de él, mi simpatía por su persona había aumentado todavía más.
Le pregunté si lo interrumpía y respondió que no de manera tan educada, que casi me sentí apenado por acercarme de aquel modo. Dentro de poco, él sería heredero de una gran empresa y, aparte de su sencillez, había demostrado ser disciplinado y capaz de llevar el negocio familiar.
No sabía de qué hablar. No soy de los que suelen hacerlo de manera natural. Mi conversación gira alrededor de cuestiones técnicas o
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