LETRINA Número 8 Septiembre 2016
La abuela se acerca y levanta al niño en el aire aprovechando la oportunidad para besar sus mejillas rosadas. Aprobatoria, nos mira a mí y a Paulina, y en señal de permiso entrego en sus manos la bolsa de gomitas.
Paulina me toma de la mano y subimos silenciosamente las escaleras hacia su cuarto. Sus pasos intentan hacer el menor ruido aunque tengamos la aprobación de su madre; yo imito su juego. Se trata de una especie de placebo, de añoranza al pasado. Antes, subir las escaleras era una hazaña que implicaba tener los pies tan livianos como una pluma, en silencio y a la hora en que el niño y la abuela ya estaban dormidos. Para mí nunca significó nada. Para Paulina significó todo.
Los siete cigarros se consumen en la pequeña ventana de su recámara. El marco nos ha servido de cenicero; las marcas de ceniza ya nunca podrán borrarse. Apago la última colilla ahí mismo. Con el paso del tiempo y del fuego se ha formado en la madera una concavidad negra. El hueco se hace más profundo. No hay forma de remediar la enfermedad a menos que …
Paulina me arroja de espaldas hacia su cama. Ella no necesita más que quitarse el pantalón de una sola pierna. Su pelvis me devora con movimientos rápidos. Soy un gusano de colores engullido por una boca en llamas escasa en baba. Ni sus verrugas ni las mías se sienten. No hace falta buscar culpables ni soluciones: ya no nos importa. A pesar de eso, la luz se mantiene apagada.
Por dentro su cuerpo ya no es como antes: cada vez necesitamos más tiempo y más saliva. Divido nuestra historia en Antes y Después de: « Él es tu nuevo papá ». En el antes, todo era más sencillo. Nos escabullíamos a gatas por las escaleras y lo hacíamos como un par de mudos lo harían: pantomima, silencio y riesgo. El mejor lugar se encontraba a mitad de las escaleras. La recámara sólo para fumar siete cigarros, volver a vestirse y el fin. Adiós.
Paulina se limpia y limpia el piso con una playera de su hijo, después se cuelga de mi cuello y me acaricia las orejas. En su brazo izquierdo, que rodea mi nuca, siento las heridas mal cicatrizadas de sus intentos frustrados.
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