LETRINA
Número 8
Septiembre 2016
Amaury Sánchez
Este es un cuento con final feliz
La caja, pesada, desciende. Cuatro desconocidos se esfuerzan por no
dejarla
caer
improvisado
alrededor
de
golpe.
elevador.
del
agujero
Un
par
Todos,
en
de
a
la
gruesas
excepción
tierra:
cuerdas
de
los
redimidos,
sirven
como
niños,
un
lloran
incrédulos
o
silenciosos. Imagino que a uno de los enterradores comienzan a sudarle
las manos. Los otros tres no podrían controlar el juego de poleas; los
cuatro caerían sobre el ataúd, al fondo de la fosa. Vaya conveniente
desgracia.
Me pregunto si esas cuerdas se quedan ahí, si igual que la caja y
el hombre dentro de ella, tienen la fortuna de ser enterradas también.
En el portafolio siempre cargo con cuatro cajetillas de diferentes
marcas. En internet nadie se pone de acuerdo sobre cuáles son los más
perjudiciales… Prefiero no errar. Antes de llegar a casa de Paulina,
tres cajas y media ya están vacías. Comparto con ella la última mitad,
encerrados en su recámara. Como todos los días, antes de llamar a su
puerta,
escondo
tres
cigarros
para
el
camino
de
regreso
a
mi
departamento.
Hago sonar el timbre. Paulina abre la puerta con su hijo en
brazos. Al parecer, por algún motivo que intenta explicarme pero que
no alcanzo a entender, no ha logrado dormirlo desde hace casi dos
horas. Aun así, me invita a pasar. En la cocina la abuela prepara un
platillo con zanahorias.
El nombre del niño ha rendido honores a un padre desaparecido
durante
seis
años.
En
mi
portafolio,
separada
de
las
cajetillas,
guardo una bolsa de gomitas de colores con forma de gusanos para él.
Tomo una de ellas y jugamos a que cobra vida: agito mi mano fingiendo
que el gusano se retuerce queriendo atacarme. No hay manera de acabar
con él a menos de que lo lleve a mi boca. Arranco su cabeza de colores
con una mordida y la batalla termina.
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