LETRINA
Número 8
Septiembre 2016
Bajamos sin tomarnos de la mano. La mamá de Paulina al fin logró
dormir al niño; ahora se ocupa picando zanahorias mientras adivina las
respuestas de un programa de concursos. Sin despegar los ojos del
televisor, atraviesa una rodaja de zanahoria con su pequeña y roja
navaja suiza. Alcanzo a escuchar cómo el metal de la navaja se queda
atrapado entre sus dientes.
Un lunes, Paulina tuvo la imprudencia de llegar antes de lo
acostumbrado. Sobre la mesa había un kilo de zanahorias picadas; en la
televisión, el mismo programa de siempre; y, en el piso de la cocina,
boca
abajo,
su
madre.
La
navaja
había
atravesado
su
garganta
de
derecha a izquierda, abriéndole una herida de tres centímetros de
profundidad. La señora alegó que se trataba de un accidente, que ella
se había parado por un vaso de agua y había tropezado con sus pies
para caer en el punto exacto donde su navaja había caído.
Paulina y yo sabemos que aquello no se trató de un accidente.
Nunca volvimos a hablar del tema. Desde entonces, una bufanda azul
tejida por ella misma ha sido su accesorio preferido, por no decir
obligado. Nunca supimos si aquel accidente se repetía todos los días o
si sólo aquella vez –en un momento de flaqueza- decidió intentarlo. De
cualquier forma, la bufanda sirve y servirá para cubrir la cicatriz o
las gasas ensangrentadas de diario.
Paulina
me
despide
en
la
puerta.
Como
cada
quince
días,
discretamente le entrego la mitad de mi sueldo. Le pido que lo use
para la escuela del niño, para comida, para su transporte. El niño
respira tranquilo mientras duerme; la abuela consigue adivinar una
respuesta correcta.
Antes
de
entrar
a
mi
departamento
dejo
que
el
último
cigarro
se
consuma despacio sin despegarlo de mis labios. 60+10+3+3. Setentaiséis
cigarros. Setentaiséis cigarros más cerca.
No es nada fácil engañar al estómago durante más de diez horas.
Mi primera comida es a las nueve de la mañana; la segunda, después de
haber visto a Paulina. El reloj acaba de marcar las 9:11.
Las gomitas no sólo son para el hijo de Paulina, también sirven
para calmarme el hambre en la oficina. A veces son gomitas, o dulces
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