LETRINA LETRINA #4 Noviembre - diciembre 2012 | Page 13
cadena de montañas rusas; sentir
frecuentemente ese calor bochornoso
como si anduvieras en la playa;
acostumbrarse al cielo nublado
que a veces prometía un tormentón
pero otras solamente se limitaba
a atemorizar a la ciudadanía con
una fresca brisilla; traer en la ropa
ese olor de humedad; levantarse
todos los días a las 5:30 am para
alcanzar a llegar a la clase de las 8
de la mañana; tomar un buen café
para despertar; escuchar el acento
xalapeño en las conversaciones del
camión, de camino a la escuela, y
quedar maravillada por el “ala” o “a
su mecha” que figuraban de vez en vez
en las pláticas; entrar a la biblioteca
de la Unidad de Humanidades y
poder ver por ti mismo la enorme
cantidad de libros que tienen; tomar
clases de traducción y traducir —
valga la redundancia— del inglés
al español otras culturas como la
de Mia Couto, Robert L. Stevenson
y Edgar Allan Poe; enamorarse de
nuevo de Mario Vargas Llosa con
su maravilloso ensayo La orgía
perpetua y llegar a la conclusión de
que todos alguna vez somos Madame
Bovary; releer a Borges, a Cortázar,
a Márquez, a Fuentes y tener el gusto
de conocer a Ribeyro y a Bolaño, a
través de la interesante figura del
Mtro. Mario Muñoz; acercarse a la
poesía sin miedo, dejando de lado
todo prejuicio, evitando pensar que
es arte sólo para aquellos que son
tocados por las musas, y conocer
por vez primera a la extraordinaria
poeta Enriqueta Ochoa con ese
fabuloso poema que no deja de
emocionarme cada vez que lo leo:
Perfecto mío, señor de los potreros;
hablar, reír y desahogarme con
Erik, Martín y Gerardo; ir a pasear
a Xico, Teocelo y Coatepec con Anali;
tener un reencuentro con las olas y
la arena de las playas vercruzanas;
visitar la FILU y sentirse soñada
porque has conocido, aunque solo
sea de vista, a Sergio Pitol; comer