ilegislable.
Autores como Isaías Lafuente, opinan que desde la RAE se debe
orientar “[…] sin retorcer nuestro idioma hasta la sinrazón […]” para crear
un lenguaje inclusivo (consulte su artículo “Sin peros en la lengua”). Yo
no creo que sea el papel de esta institución; el lenguaje será inclusivo en la
medida que el emisor lo desee y la sociedad así lo interprete, es un asunto
cultural, y la RAE sólo debe registrar los usos de mayor frecuencia, aunque
sabemos que la RAE es –y en extremo– normativa nada más. Aparte, la
propuesta de Daniel Cassany sobre el lenguaje neutro (o políticamente
correcto), me parece imposible; somos seres con una postura ante el
mundo, y aún sin marcas genéricas hacemos concreciones valorativas,
tematizaciones (consulte a Calsamiglia y Tusón, Las cosas del decir) y un
montón de cosas que develan nuestras ideas más allá de lo evidente.
Encima, varios de los comentarios que reúne Winston Manrique en
su nota “¿La lengua tiene género? ¿Y sexo?”, contienen un montón de
argumentos necios y a veces contradictorios. Carmen Bravo, por ejemplo,
asegura que con los cambios que se proponen en el lenguaje no sexista nos
acercamos más a “[…] lograr una sociedad más igualitaria y transparente
[…]”; el ca