revolverse en las disculpas, lo sabe, y se aferra: los libertarios que
somos, que siempre fuimos, ¿y qué?, es delicioso volar a cada
hora, en cada día, todas las mañanas: mami, tienes rojitos los ojos,
mami, despierta tengo hambre, mami, esa ropa ya no me queda,
mami, me lastimas al peinarme, ni siquiera me miras: ve con tu
abuela amor, dame un beso y vete con tu abuela.
Los días oscuros de Jandra se abrieron de golpe. Todo empezó
la tarde soleada de fin de curso. Terminada la preparatoria, el
encerrón del festejo había sido desde el medio día. Cristóbal no
la dejaba ni un minuto salirse del viaje porque eran muchos los
planetas a recorrer y el tiempo estaba delicioso. Quédate. No
puedo y no insistas. Vive conmigo entonces. No lo dices en serio.
Lo digo tan en serio, como que esta noche mataremos dragones,
atraparemos brujas, encerraremos a los cuervos, juntos, y ni
siquiera los fantasmas querrán perdérselo. Va, entonces préstame
el teléfono, –la chica marcó los varios números requeridos– ¿Y
dónde viviremos? Si no te late acá, el Mau se va pa’l Canadá y me
dejará su cueva al menos dos años. Sirve que conseguimos luego
algo mejor. Entonces a matar dragones y construir la leyenda, ¿va?,
remató la chica, tapando el auricular del teléfono. ¡A construirla!
Esa es mi bruja violeta, mi violenta bruja cazadora de unicornios,
esa es mi bruja encandilada.
Y Jandra llamó a casa de su madre: No volveré, dijo pretenciosa, y
se alejó el auricular de la oreja.
-Pero qué dices pedazo de idiota. –dijo una voz femenina sumida
en el hartazgo; maldita hija desconsiderada, maldito vientre
descompuesto, maldita cesárea de siempre, maldita hija de 18 años
irrecuperables.
-No volveré a casa, viviré con mi novio.
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Y las luces les fueron trepando por la piel, el humo, la luz, el
humo. Cogieron como dios manda, y se amaron largamente,