Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 8
los restos de la cena. Hacía ya casi seis años que Daniel, el Mochuelo,
sorprendiera esta escena, pero estaba tan sólidamente vinculada a su vida que la
recordaba ahora con todos los pormenores.
—No, el chico será otra cosa. No lo dudes —decía su padre—. No pasará la vida
amarrado a este banco como un esclavo. Bueno, como un esclavo y como yo.
Y, al decir esto, soltó una palabrota y golpeó en el entremijo con el puño crispado.
Aparentaba estar enfadado con alguien, aunque Daniel, el Mochuelo, no acertaba
a discernir con quién. Entonces Daniel no sabía que los hombres se enfurecen a
veces con la vida y contra un orden de cosas que consideran irritante y desigual.
A Daniel, el Mochuelo, le gustaba ver airado a su padre porque sus ojos echaban
chiribitas y los músculos del rostro se le endurecían y, entonces, detentaba una
cierta similitud con Paco, el herrero.
—Pero no podemos separarnos de él —dijo la madre—. Es nuestro único hijo. Si
siquiera tuviéramos una niña. Pero mi vientre está seco, tú lo sabes. No
podremos tener una hija ya. Don Ricardo dijo, la última vez, que he quedado
estéril después del aborto.
Su padre juró 15 otra vez, entre dientes. Luego, sin moverse de su postura, añadió:
—Déjalo; eso ya no tiene remedio. No escarbes en las cosas que ya no tienen
remedio.
La madre gimoteó, mientras recogía en un bote oxidado las migas de pan
abandonadas encima de la mesa. Aún insistió débilmente:
—A lo mejor el chico no vale para estudiar. Todo esto es prematuro. Y un chico
en la ciudad es muy costoso. Eso puede hacerlo Ramón, el boticario, o el señor
juez. Nosotros no podemos hacerlo. No tenemos dinero.
Su padre empezó a dar vueltas nerviosas a una adobadera 16 entre las manos.
Daniel, el Mochuelo, comprendió que su padre se dominaba para no exacerbar el
dolor de su mujer. Al cabo de un rato añadió:
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Juró: Renegó
Adobera: Molde para hacer quesos en forma de adobe
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