Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 50
colosos de los vecinos pueblos, villorrios y aldeas. Y Germán, el Tiñoso, tan enteco
y delicado, constituía un buen punto de contacto entre Roque y sus adversarios;
una magnífica piedra de toque para deslindar supremacías.
El proceso hasta la ruptura de hostilidades no variaba nunca. Roque, el Moñigo,
estudiaba el terreno desde lejos. Luego, susurraba al oído del Tiñoso:
—Acércate y quédate mirándolos, como si fueras a quitarles las avellanas que
comen.
Germán, el Tiñoso, se acercaba atemorizado. De todas formas, la primera
bofetada era inevitable. De otro lado, no era cosa de mandar al diablo su buena
amistad con el Moñigo por un escozor pasajero. Se detenía a dos metros del
grupo y miraba a sus componentes con insistencia. La conminación no se hacía
esperar:
—No mires así, pasmado. ¿Es que no te han dado nunca una guarra?
El tiñoso impertérrito, sostenía la mirada sin pestañear y sin cambiar de postura,
aunque las piernas le temblaban un poco. Sabía que Daniel, el Mochuelo, y Roque, el
Moñigo, acechaban tras el estrado de la música. El coloso del grupo enemigo
insistía:
—¿Oíste, mierdica? Te largas de ahí o te abro el alma en canal.
Germán, el Tiñoso, hacía como si no oyera, los dos ojos como dos faros, centrados
en el paquete de avellanas, inmóvil y sin pronunciar palabra. En el fondo,
consideraba ya el lugar del presunto impacto y si la hierba que pisaba estaría lo
suficientemente mullida para paliar el golpe. El gallito adversario perdía la
paciencia:
—Toma, fisgón, para que aprendas.
Era una cosa inexplicable, pero siempre, en casos semejantes, Germán, el Tiñoso,
sentía antes la consoladora presencia del Moñigo a su espalda que el escozor del
cachete. Su consoladora presencia y su voz próxima, caliente y protectora:
—Pegaste a mi amigo, ¿verdad? —y añadía mirando compasivamente a Germán—
: ¿Le dijiste tú algo, Tiñoso?
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