Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 48

—¡Tenga! —añadió ella, autoritaria—. Por las noches le va usted a poner esta pomada. El zapatero alzó la vista hasta ella, cogió el tubo, lo miró y remiró por todas partes y, luego, se lo devolvió a la Guindilla. —Guárdeselo —dijo—; esto no vale. Al chiquillo le ha pegado las calvas un pájaro. Y continuó trabajando. Aquello podía ser verdad y podía no serlo. Por de pronto, Germán, el Tiñoso, sentía una afición desmesurada por los pájaros. Seguramente se trataba de una reminiscencia de su primera infancia, desarrollada entre estridentes pitidos de verderones, canarios y jilgueros. Nadie en el valle entendía de pájaros como Germán, el Tiñoso, que además, por los pájaros, era capaz de pasarse una semana entera sin comer ni beber. Esta cualidad influyó mucho, sin duda, en que Roque, el Moñigo, se aviniese a hacer amistad con aquel rapaz físicamente tan deficiente. Muchas tardes, al salir de la escuela, Germán les decía: —Vamos. Sé dónde hay nido de curas. Tiene doce crías. Está en la tapia del boticario. O bien: —Venid conmigo al prado del Indiano. Está lloviznando y los tordos saldrán a picotear las boñigas. Germán, el Tiñoso, distinguía como nadie a las aves por la violencia o los espasmos del vuelo o por la manera de gorjear; adivinaba sus instintos; conocía, con detalle, sus costumbres; presentía la influencia de los cambios atmosféricos en ellas y se diría que, de haberlo deseado, hubiera aprendido a volar. Esto, como puede suponerse, constituía para el Mochuelo y el Moñigo un don de inapreciable valor. Si iban a pájaros no podía faltar la compañía de Germán, el Tiñoso, como a un cazador que se estime en algo no puede faltarle el perro. Esta debilidad del hijo del zapatero le acarreó por otra parte muy serios y 48