Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 203
A Daniel, el Mochuelo, le dolía esta despedida como nunca sospechara. Él no tenía
la culpa de ser un sentimental. Ni de que el valle estuviera ligado a él de aquella
manera absorbente y dolorosa. No le interesaba el progreso. El progreso, en
verdad, no le importaba un ardite 707 . Y, en cambio, le importaban los trenes
diminutos en la distancia y los caseríos blancos y los prados y los maizales
parcelados; y la Poza del Inglés, y la gruesa y enloquecida corriente del Chorro;
y el corro de bolos; y los tañidos de las campanas parroquiales; y el gato de la
Guindilla; y el agrio olor de las encellas 708 sucias; y la formación pausada y
solemne y plástica de una boñiga; y el rincón melancólico y salvaje donde su amigo
Germán, el Tiñoso, dormía el sueño eterno; y el chillido reiterado y monótono de
los sapos bajo las piedras en las noches húmedas; y las pecas de la Uca—uca y
los movimientos lentos de su madre en los quehaceres domésticos; y la entrega
confiada y dócil de los pececillos del río; y tantas y tantas otras cosas del valle.
Sin embargo, todo había de dejarlo por el progreso. Él no tenía aún autonomía ni
capacidad de decisión. El poder de decisión le llega al hombre cuando ya no le
hace falta para nada; cuando ni un solo día puede dejar de guiar un carro o picar
piedra si no quiere quedarse sin comer.
¿Para qué valía, entonces, la capacidad de decisión de un hombre, si puede
saberse? La vida era el peor tirano conocido. Cuando la vida le agarra a uno, sobra
todo poder de decisión. En cambio, él todavía estaba en condiciones de decidir,
pero como solamente tenía once años, era su padre quien decidía por él.
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Moneda de poco valor que hubo en Castilla
Molde para hacer quesos y requesones
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