Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 198

crecían y se desarrollaban los helechos, las ortigas, los acebos, la hierbabuena y todo género de hierbas silvestres. Era un consuelo, al fin, descansar allí, envuelto día y noche en los aromas penetrantes del campo. El cielo estaba pesado y sombrío. Seguía lloviznando. Y el grupo, bajo los paraguas, era una estampa enlutada de estremecedor y angustioso simbolismo. Daniel, el Mochuelo, sintió frío cuando don José, el cura, que era un gran santo, comenzó a rezar responsos 693 sobre el féretro depositado a los pies de la fosa recién cavada. Había, en torno, un silencio abierto sobre cien sollozos reprimidos, sobre mil lágrimas truncadas, y fue entonces cuando Daniel, el Mochuelo, se volvió, al notar sobre el calor de su mano el calor de una mano amiga. Era la Uca— uca. Tenía la niña un grave 694 gesto adosado a sus facciones pueriles, 695 un ademán desolado de impotencia y resignación. Pensó el Mochuelo que le hubiera gustado estar allí solo con el féretro y la Uca—uca y poder llorar a raudales sobre las trenzas doradas de la chiquilla; sintiendo en su mano el calor de otra mano amiga. Ahora, al ver el féretro a sus pies, lamentó haber discutido con el Tiñoso sobre el ruido que las perdices hacían al volar, sobre las condiciones canoras de los rendajos o sobre el sabor de las cicatrices. Él se hallaba indefenso, ahora, y Daniel, el Mochuelo, desde el fondo de su alma, le daba, incondicionalmente, la razón. Vibraba con unos acentos lúgubres la voz de don José, esta tarde, bajo la lluvia, mientras rezaba los responsos: —Kirie, eleison. Christie, eleison. Kirie, eleison. Pater noster qui es in caelis... A partir de aquí, la voz del párroco se hacía un rumor ininteligible. Daniel, el Mochuelo, experimentó unas ganas enormes de llorar al contemplar la actitud entregada del zapatero. Viéndole en este instante no se dudaba de que jamás Andrés, "el hombre que de perfil no se le ve", volvería a mirar las pantorrillas de las mujeres. De repente, era un anciano tembloteante 696 y extenuado 697 , sexualmente indiferente. Cuando don José acabó el tercer responso, Trino, el sacristán, extendió una arpillera 698 al lado del féretro 699 y Andrés arrojó en ella una peseta. La voz de don José se elevó de nuevo: —Kirie, eleison. Christie, eleison. Kirie, eleison. Pater noster qui es in caelis... 693 694 695 696 697 698 699 Oraciones de difuntos Preocupado, triste infantiles Tembloroso Muy cansado, agotado Tela de saco Ataúd 198