Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 199
Luego fue el Peón quien echó unas monedas sobre la arpillera, y don José, el cura,
que era un gran santo, rezó otro responso. Después se acercó Paco, el herrero,
y depositó veinte céntimos. y más tarde, Quino, el Manco, arrojó otra pequeña
cantidad. Y luego Cuco, el factor, y Pascualón, el del molino, y don Ramón, el
alcalde, y Antonio, el Buche, y Lucas, el Mutilado, y las cinco Lepóridas, y el ama
de don Antonino, el marqués, y Chano y todos y cada uno de los hombres y las
mujeres del pueblo y la arpillera iba llenándose de monedas livianas, de poco
valor, y a cada d diva, don José, el cura, que era un gran santo, contestaba con
un responso, como si diera las gracias.
—Kirie, eleison. Christie, eleison. Kirie, eleison. Pater noster qui es in caelis...
Daniel, el Mochuelo, aferraba crispadamente su cuproníquel, con la mano
embutida en el bolsillo del pantalón. Sin querer, pensaba en el adoquín de limón
que se comería al día siguiente, pero, inmediatamente, relacionaba el sabor de su
presunta golosina con el letargo definitivo del Tiñoso y se decía que no tenía
ningún derecho a disfrutar un adoquín de limón mientras su amigo se pudría en
un agujero. Extraía ya lentamente el cuproníquel, decidido a depositarlo en la
arpillera, cuando una voz interior le contuvo: "¿Cuánto tiempo tardarás en tener
otro cuproníquel, Mochuelo?". Le soltó compelido por un sórdido instinto de
avaricia. De improviso rememoró 700 la conversación con el Tiñoso sobre el ruido
que hacían las perdices al volar y su pena se agigantó de nuevo. Ya Trino se
inclinaba sobre la arpillera y la agarraba por las cuatro puntas para recogerla,
cuando Daniel, el Mochuelo, se desembarazó 701 de la mano de la Uca—uca y se
adelantó hasta el féretro:
—¡Espere! —dijo.
Todos los ojos le miraban. Notó Daniel, el Mochuelo, en sí, las miradas de los
demás, con la misma sensación física que percibía las gotas de la lluvia. Pero no
le importó. Casi sintió un orgullo tan grande como la tarde que trepó a lo alto de
la cucaña al sacar de su bolsillo la moneda reluciente, con el agujerito en medio,
y arrojarla sobre la arpillera. Siguió el itinerario de la moneda con los ojos, la vio
rodar un trecho y, luego, amontonarse con las demás produciendo, al juntarse,
un alegre tintineo. Con la voz apagada de don José, el cura, que era un gran santo,
le llegó la sonrisa presentida del Tiñoso, desde lo hondo de su caja blanca y
barnizada.
700
701
recordó
soltó
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