Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 193
—Esto... es un milagro.
Los presentes no deseaban otra cosa sino que alguien expresase en alta voz su
pensamiento para estallar. Al oír la sugerencia del zapatero se oyó un grito
unánime y desgarrado, mezclado con ayes y sollozos:
—¡Un milagro!
Varias mujeres, amedrentadas, salieron corriendo en busca de don José. Otras
fueron a avisar a sus maridos y familiares para que fueran testigos del prodigio.
Se organizó un revuelo caótico e irrefrenable.
Daniel, el Mochuelo, tragaba saliva incesantemente en un rincón de la estancia.
Aun después de muerto el Tiñoso, los entes perversos que flotaban en el aire
seguían enredándole los más inocentes y bien intencionados asuntos. El Mochuelo
pensó que tal como se habían puesto las cosas, lo mejor era callar. De otro modo,
Tomás, en su excitación, sería muy capaz de matarlo.
Entró apresuradamente don José, el cura.
—Mire, mire, don José —dijo el zapatero.
Don José se acercó con recelo al borde del féretro y vio el tordo junto a la yerta
mano del Tiñoso.
—¿Es un milagro o no es un milagro? —dijo la Rita, toda exaltada, al ver la cara
de estupefacción del sacerdote.
Se oyó un prolongado murmullo en torno. Don José movió la cabeza de un lado a
otro mientras observaba los rostros que le observaban.
Su mirada se detuvo un instante en la carita asustada del Mochuelo. Luego dijo:
—Sí que es raro todo esto. ¿Nadie ha puesto ahí ese pájaro?
—¡Nadie, nadie! —gritaron todos.
Daniel, el Mochuelo, bajó los ojos. La Rita volvió a gritar, entre carcajadas
histéricas, mientras miraba con ojos desafiadores a don José:
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