Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 172
primeros metros. Daniel, el Mochuelo, tenía como un fuego muy vivo en la cabeza,
una mezcla rara de orgullo herido, vanidad despierta y desesperación. "Adelante
—se decía—. Nadie será capaz de hacer lo que tú hagas". "Nadie será capaz de
hacer lo que tú hagas". Y seguía ascendiendo, aunque los muslos le escocían ya.
"Subo porque no me importa caerme". "Subo porque no me importa caerme", se
repetía, y al llegar a la mitad miró hacia abajo y vio que toda la gente del prado
pendía de sus movimientos y experimentó vértigo y se agarró afanosamente al
palo. No obstante, siguió trepando. Los músculos comenzaban a resentirse del
esfuerzo, pero él continuaba subiendo. Era ya como una cucarachita a los ojos
de los de abajo. El palo empezó a oscilar como un árbol mecido por el viento. Pero
no sentía miedo. Le gustaba estar más cerca del cielo, poder tratar de tú al Pico
Rando. Se le enervaban los brazos y las piernas. Oyó un grito a sus pies y volvió
a mirar abajo.
—¡Daniel, hijo!
Era su madre, implorándole. A su lado estaba la Mica, angustiada. Y Roque, el
Moñigo, disminuido, y Germán, el Tiñoso, sobre quien acababa de recobrar la
jerarquía, y el grupo de "los voces puras" y el grupo de "los voces impuras", y la
Guindilla mayor y don José, el cura, y Paco, el herrero, y don Antonino, el
marqués, y también estaba el pueblo, cuyos tejados de pizarra ofrecían su mate
superficie al sol. Se sentía como embriagado; acuciado por una ambición
insaciable de dominio y potestad. Siguió
trepando sordo a las reconvenciones de abajo. La cucaña era allí más delgada y
se tambaleaba con su peso como un hombre ebrio. Se abrazó al palo
frenéticamente, sintiendo que iba a ser impulsado contra los montes como el
proyectil de una catapulta. Ascendió más. Casi tocaba ya los cinco duros donados
por "los Ecos del Indiano". Pero los muslos le escocían, se le despellejaban, y los
brazos apenas tenían fuerzas. "Mira, ha venido el novio de la Mica", "Mira, ha
venido el novio de la Mica", se dijo, con rabia mentalmente, y trepó unos
centímetros más. ¡Le faltaba tan poco! Abajo reinaba un silencio expectante.
"Niña, marica; niña, marica", murmuró, y ascendió un poco más. Ya se hallaba en
la punta. La oscilación de la cucaña aumentaba allí. No se atrevía a soltar la mano
para asir el galardón. Entonces acercó la boca y mordió el sobre furiosamente.
No se oyó abajo ni un aplauso, ni una voz. Gravitaba sobre el pueblo el presagio
de una desgracia. Daniel, el Mochuelo, empezó a descender. A mitad del palo se
sintió exhausto, y entonces dejó de hacer presión con las extremidades y resbaló
rápidamente sobre el palo encerado, y sintió abrasársele las piernas y que la
sangre saltaba de los muslos en carne viva.
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