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La melosa 553 voz del Peón a su lado y el lenguaje abstruso 554 que empleaba
desconcertaron a la Sara.
—¿Le... le pasa a usted hoy algo, don Moisés? —dijo.
Él tornó a guiñarle el ojo con un sentido de entendimiento y complicidad y no
contestó.
Arriba, en el ventanuco del pajar, el Moñigo susurró en la oreja del Mochuelo:
—Es un cochino charlatán. Está hablando de lo que no debía.
—¡Chist!
El Peón se inclinó ahora hacia la Sara y la cogió osadamente 555 una mano.
—Lo que más admiro en las mujeres es la sinceridad, Sara; gracias. Tú y yo no
necesitamos de recovecos ni de disimulos —dijo.
Tan roja se le puso la cara a la Sara que su pelo parecía menos rojo. Se acercaba
la Chata, con un cántaro de agua al brazo, y la Sara se deshizo de la mano del
Peón.
—¡Por Dios, don Moisés! —cuchicheó en un rapto de inconfesada complacencia—
. ¡Pueden vernos!
Arriba, en el ventanuco del pajar, Roque, el Moñigo, y Daniel, el Mochuelo, y
Germán, el Tiñoso, sonreían bobamente, sin mirarse.
Cuando la Chata dobló la esquina, el Peón volvió a la carga.
—¿Quieres que te ayude a coser esa prenda? —dijo.
Ahora le cogía las dos manos. Forcejearon. La Sara, en un movimiento instintivo,
ocultó la prenda tras de sí, atosigada de rubores.
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554
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Dulce, apacible
De difícil comprensión
Atrevimiento, resolución
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