Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 135
preciso renovarse. Y Roque, el Moñigo, les exigió este nuevo experimento:
aguardar al rápido dentro del túnel y hacer los tres, simultáneamente, de
vientre, al paso del tren.
Daniel, el Mochuelo, antes de aceptar, apuntó algunos sensatos inconvenientes.
—¿Y el que no tenga ganas? —dijo. El Moñigo
arguyó, contundente:
—Las sentirá en cuanto oiga acercarse la máquina.
El detalle que descuidaron fue el depósito de los calzones. De haber atado este
cabo, nada se hubiera descubierto. Como no hubiera pasado nada tampoco si el
día que el Tiñoso llevó la lupa a la escuela no hubiera habido sol. Pero existen,
flotando constantemente en el aire, unos entes diabólicos que gozan enredando
los actos inocentes de los niños, complicándoles las situaciones más normales y
simples.
¿Quién pensaba, en ese momento, en la suerte de los calzones estando en juego
la propia suerte? ¿Se preocupa el torero del capote cuando tiene las astas a dos
cuartas de sus ingles? Y aunque al torero le rasgue el toro el capote no le regaña
su madre, ni le aguarda un maestro furibundo que le dé dos docenas de
regletazos y le ponga de rodillas con la Historia Sagrada levantada por encima
de la cabeza. Y, además, al torero le dan bastante dinero. Ellos arriesgaban sin
esperar una recompensa ni un aplauso, ni la chimenea ni una rueda del tren tan
siquiera. Trataban únicamente de autoconvencerse de su propio valor. ¿Merece
esta prueba un suplicio tan refinado?
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