Leemos el camino segundo A Los chicos leemos El camino versión 2 B con introd | Page 134
Daniel, el Mochuelo, pensaba, mientras pasaban lentos los minutos y le dolían las
rodillas y le temblaba y sentía punzadas nerviosas en el brazo levantado con la
Historia Sagrada en la punta, que el único negocio en la vida era dejar cuanto
antes de ser niño y transformarse en un hombre. Entonces se podía quemar
tranquilamente a un gato con una lupa sin que se conmovieran los cimientos
sociales del pueblo y sin que don Moisés, el maestro, abusara impunemente de
sus atribuciones.
¿Y lo del túnel? Porque todavía en lo de la lupa hubo una víctima inocente: el gato;
pero en lo del túnel no hubo víctimas y de haberlas habido, hubieran sido ellos y
encima vengan regletazos en la palma de la mano y vengan horas de rodillas, con
el brazo levantado con la Historia Sagrada sobrepasando siempre el nivel de la
cabeza. Esto era inhumano, un evidente abuso de autoridad, ya que, en resumidas
cuentas, ¿no hubiera descansado don Moisés, el Peón, si el rápido se los lleva a
los tres aquella tarde por delante? Y, si era así, ¿por qué se les castigaba? ¿Tal
vez porque el rápido no se les llevó por delante? Aviados estaban entonces; la
disyuntiva era ardua: o morir triturados entre los ejes de un tren o tres días de
rodillas con la Historia Sagrada y sus más de cien grabados a todo color, izada
por encima de la cabeza.
Tampoco Roque, el Moñigo, acertaría a explicarse en qué región de su cerebro
se generó la idea estrambótica de esperar al rápido dentro del túnel con los
calzones bajados. Otras veces habían aguantado en el túnel el paso del mixto o
del tranvía interprovincial. Mas estos trenes discurrían cachazudamente y su
paso, en la oscuridad del agujero, apenas si les producía ya emoción alguna. Era
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