Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 92
En aquella época, Daniel, el Mochuelo, sólo contaba dos años, y cuatro Roque, el
Moñigo. Cinco después empezaron a visitar a Quino de regreso del baño en la Poza
del Inglés, o de pescar cangrejos o jaramugo. El Manco era todo generosidad y les
daba un gran vaso de sidra de barril por una perra chica. Ya entonces la tasca 323 de
Quino marchaba pendiente abajo. El Manco devolvía las letras sin pagar y los
proveedores 324 le negaban la mercancía. Gerardo, el Indiano, le afianzó varias veces,
pero como no observara en Quino afán alguno de enmienda 325 , pasados unos meses
lo abandonó a su suerte. Y Quino, el Manco, empezó a ir de tumbo en tumbo, de mal
en peor. Eso sí, él no perdía la locuacidad 326 y continuaba regalando de lo poco que
le quedaba Roque, el Moñigo, Germán, el Tiñoso, y Daniel, el Mochuelo, solían sentarse
con él en el banco de piedra rayano a la carretera. A Quino, el Manco, le gustaba charlar
con los niños más que con los mayores, quizá porque él, a fin de cuentas, no era más
que un niño grande también. En ocasiones, a lo largo de la conversación, surgía el
nombre de la Mariuca, y con él el recuerdo, y a Quino, el Manco, se le humedecían los
ojos y, para disimular la emoción, se propinaba golpes reiteradamente con el muñón
en la barbilla. En estos casos, Roque, el Moñigo, que era enemigo de lágrimas y de
sentimentalismos, se levantaba y se largaba sin decir nada, llevándose a los dos amigos
cosidos a los pantalones. Quino, el Manco, les miraba estupefacto, sin comprender
nunca el motivo que impulsaba a los rapaces 327 para marchar tan repentinamente de
su lado, sin exponer una razón.
Jamás Quino, el Manco, se vanaglorió 328 con los tres pequeños de que una mujer se
hubiera matado desnuda por él. Ni aludió tan siquiera a aquella contingencia de su
vida. Si Daniel, el Mochuelo, y sus amigos sabían que la Josefa se lanzó corita al río
desde el puente, era por Paco, el herrero, que no disimulaba que le había gustado
aquella mujer y que si ella hubiese accedido, sería, a estas alturas, la segunda madre
de Roque, el Moñigo. Pero si ella prefirió la muerte que su enorme tórax y su pelo rojo,
con su pan se lo comiera.
Lo que más avivaba la curiosidad de los tres amigos en los tiempos en que en la
taberna de Quino se despachaba un gran vaso de sidra de barril por cinco céntimos,
era conocer la causa por la que al Manco le faltaba una mano. Constituía la razón una
323
Garito o casa de juego de mala fama.
324
Dicho de una persona o de una empresa: Que provee o abastece de todo lo necesario para un fin a grand
es grupos, asociaciones, comunidades
325
Satisfacción y pago del daño hecho
326
Cualidad de locuaz.
327
Dicho de un ave: De presa, generalmente de los órdenes de las falconiformes y de las estrigiformes
328
Jactarse del propio valer u obrar.