Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 80
—Ya lo creo.
—Pues mira aquí.
Se alzó el pantaloncillo de pana hasta el muslo y tensó la pierna, que adquirió la rigidez
de un garrote:
—Mira; toca, toca.
Y de nuevo el dedo del Mochuelo, seguido a corta distancia de el del Tiñoso, tentó
aquel portentoso juego de músculos.
—Más duro que el brazo, ¿no?
—Más duro.
Luego se descubrió el tórax y les hizo tocar también y contaban hasta doscientos sin
que el Moñigo deshinchase el pecho y tuviera que hacer una nueva inspiración.
Después, el Moñigo les exigió que probasen ellos. El Tiñoso no resistió más que hasta
cuarenta sin tomar aire, y el Mochuelo, después de un extremoso esfuerzo que le dejó
amoratado, alcanzó la cuenta de setenta.
A continuación, el Moñigo se tumbó boca abajo y con las palmas de las manos
apoyadas en el suelo fue levantando el cuerpo una y otra vez. Al llegar a la flexión
sesenta lo dejó y les dijo:
—No he tenido nunca la paciencia de ver las que aguanto. Anteanoche hice trescientas