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—Conque sois vosotros los que robáis las manzanas,
¿eh? —dijo.
Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, fueron dejando resbalar los frutos, uno a
uno, hasta el suelo. La consternación les agarrotaba. La Mica hablaba con naturalidad,
sin destemplanza en el tono de voz:
—¿Os gustan las manzanas?
Tembló, un instante, en el aire, la amedrentada afirmación de Daniel, el Mochuelo:
—Siiií...
Se
oyó la risa amortiguada de la Mica, como si brotase a impulsos de una oculta
complacencia.
Luego dijo:
—Tomad dos manzanas cada uno y venid conmigo.
La obedecieron. Los cuatro se encaminaron hacia el porche. Una vez allí, la Mica giró
un conmutador, oculto tras una columna, y se hizo la luz. Daniel, el Mochuelo,
agradeció que una columna piadosa se interpusiera entre la lámpara y su rostro
abatido. La Mica, sin ton ni son, volvió a reír espontáneamente. A Daniel, el Mochuelo,
le asaltó el temor de que fuera a entregarles a la guardia Civil.