Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 73
Él y Germán, el Tiñoso, no daban abasto para recoger los frutos desprendidos. Daniel,
el Mochuelo, al agacharse, abría la boca, pues a ratos le parecía que le faltaba el aire y
se ahogaba. Súbitamente, el Moñigo dejó de zarandear el árbol.
—Mirad; está ahí el coche —murmuró, desde lo alto, con una extraña opacidad en la
voz.
Daniel y el Tiñoso miraron hacia la casa en tinieblas. La aleta del coche negro del
Indiano, que metía menos ruido aún que el primero que trajo al valle, rebrillaba tras la
esquina de la vivienda. A Germán, el Tiñoso, le temblaron los labios al exigir:
—Baja aprisa; debe de estar ella.
Daniel, el Mochuelo, Y Germán, el Tiñoso, se movían doblados por los riñones, para
soportar mejor las ingentes brazadas de manzanas. El Mochuelo sintió un miedo
inmenso de que alguien pudiera sorprenderle así. Apoyó con vehemencia al Tiñoso:
—Vamos, baja, Moñigo. Ya tenemos suficientes manzanas.
El temor les hacía perder la serenidad. La voz de Daniel, el Mochuelo, sonaba agitada,
en un tono superior al simple murmullo. Roque, el Moñigo, quebró una rama con el
peso del cuerpo al tratar de descender precipitadamente. El chasquido restalló como
un disparo en aquella atmósfera queda de roces y susurros. Su excitación iba en
aumento:
—¡Cuidado, Moñigo!
—Yo voy saliendo.
—¡Narices!
—Gallina el que salte la tapia primero.
No es fácil determinar de dónde surgió la aparición. Daniel, el Mochuelo, después de
aquello, se inclinaba a creer en brujas, duendes y fantasmas. Ella, la Mica, estaba ante
ellos, alta y esbelta, embutida en un espectral traje blanco. En las densas tinieblas, su
figura adquiría una presencia ultraterrena, algo parecido al Pico Rando, sólo que más
vago y huidizo.