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Cabezón, que se había vuelto raquítico por falta de vitaminas y don Ricardo, el médico,
¿le dijo que comiera muchas manzanas y muchas naranjas si quería curarse? ¿Quién le
aseguraba que si no comía las manzanas del Indiano no le acaecería 273 una desgracia
semejante a la que aquejaba 274 a Pepe, el Cabezón?
Al pensar en esto, Daniel, el Mochuelo, se sentía más aliviado. También le tranquilizaba
no poco saber que Gerardo, el Indiano, y la yanqui estaban en Méjico, la Mica con "los
Ecos del Indiano" en la ciudad, y Pascualón, el del molino, que cuidaba de la finca,
en la tasca del Chano disputando una partida de mus. No había, por tanto, nada que
temer. Y, sin embargo, ¿por qué su corazón latía de este modo desordenado, y se le
abría un vacío acuciante en el estómago, y se le doblaban las piernas por las rodillas?
Tampoco había perros. El Indiano detestaba este medio de defensa. Tampoco,
seguramente, timbres de alarma, ni resortes 275 sorprendentes, ni trampas disimuladas
en el suelo. ¿Por qué temer, pues?
Avanzaban cautelosamente, moviéndose entre las sombras del jardín, bajo un cielo
alto, tachonado de estrellas diminutas. Se comunicaban por tenues cuchicheos y la
hierba crujía suavemente bajo sus pies y este ambiente de roces imperceptibles y
misteriosos susurros crispaba los nervios de Daniel, el Mochuelo.
—¿Y si nos oyera el boticario? —murmuró éste de pronto.
—¡Chist!
El contundente siseo de Roque, el Moñigo, le hizo callar. Se internaban en la huerta.
Apenas hablaban ya sino por señas y las muecas nerviosas de Roque, el Moñigo,
cuando tardaban en comprenderle, adquirían, en las medias tinieblas, unos tonos
patéticos impresionantes.
Ya estaban bajo el manzano elegido. Crecía unos pies por detrás del edificio. Roque, el
Moñigo, dijo:
—Quedaos aquí; yo sacudiré el árbol.
Y se subió a él sin demora. Las palpitaciones del corazón del Mochuelo se aceleraron
cuando el Moñigo comenzó a zarandear las ramas con toda su enorme fuerza y los
frutos maduros golpeaban la hierba con un repiqueteo ininterrumpido de granizada.
Suceder
Afectar a alguien o algo, causarles daño.
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Mecanismo que utiliza un muelle para almacenar energía que se libera bruscamente al soltarlo.
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