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se cotizaban mucho en América y que su mujer sí que sabía hablar, lo que ocurría era
que hablaba en inglés porque era yanqui. A partir de aquí, Andrés, "el hombre que de
perfil no se le ve", llamó "Yanqui" a su perro, porque decía que hablaba lo mismo que
la mujer de Gerardo, el Indiano.
Gerardo, el Indiano, no renegó, en cambio, de su pueblo. Los ricos siempre se
encariñan, cuando son ricos, por el lugar donde antes han sido pobres. Parece ser ésta
la mejor manera de demostrar su cambio de posición y fortuna y el más viable
procedimiento para sentirse felices al ver que otros que eran pobres como ellos siguen
siendo pobres a pesar del tiempo.
Compró la casa de un veraneante, frente a la botica, la reformó de arriba abajo y pobló
sus jardines de macizos estridentes y árboles frutales. De vez en cuando, venía por el
pueblo a pasar una temporada. Últimamente reconoció ante sus antiguos amigos que
las cosas le iban bien y que ya tenía en Méjico tres barcos de cabotaje, dos restaurantes
de lujo y una representación de receptores de radio. Es decir, un barco de cabotaje
más que la primera vez que visitó el pueblo. Lo que no aumentaban eran los hijos.
Tenía sólo a la Mica —la llamaban Mica, tan sólo, aunque se llamaba como su abuela,
pero, según decía el ama de don Antonino, el marqués, los ricos, en las ciudades, no
podían perder el tiempo en llamar a las personas por sus nombres enteros— y la
delgadez extremada de la yanqui, que también caía por el valle de ciento en viento, no
daba ocasión a nuevas esperanzas. César y Damián hubieran preferido que, por no
existir, no existiera ni la Mica, por más que cuando ella venía de América le regalaban
flores y cartuchos de bombones y la llevaban a los mejores teatros y restaurantes de
la ciudad. Esto decía, al menos, el ama de don Antonino, el marqués.
La Mica cogió mucho cariño al pueblo de su padre. Reconocía que Méjico no la iba y
Andrés, el zapatero, argüía que se puede saber a ciencia cierta "si nos va" o "no nos
va" un país cuando en él se dispone de dos restaurantes de lujo, una representación
de aparatos de radio y tres barcos de cabotaje. En el valle, la Mica no disponía de eso
y, sin embargo, era feliz. Siempre que podía hacía una escapada al pueblo y allí se
quedaba mientras su padre no la ordenaba regresar. Últimamente, la Mica, que ya era
una señorita, permanecía grandes temporadas en el pueblo estando sus padres en
Méjico. Sus tíos Damián y César, que en el pueblo les decían "los Ecos del Indiano",
velaban por ella y la visitaban de cuando en cuando.
Daniel, el Mochuelo, nació precisamente en el tránsito de los dos barcos de cabotaje
a los tres barcos de cabotaje, es decir, cuando Gerardo, el Indiano, ahorraba para
adquirir el tercer barco de cabotaje. Por entonces, la Mica ya tenía nueve años para
diez y acababa de conocer el pueblo.