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solomillo, el hígado y los riñones de su madre, la carnicera.
Gerardo, que ya entonces era el Indiano, lloró un rato en el cementerio, junto a la
iglesia, pero no lloró con los mocos colgando como cuando pequeño, ni se le caía la
baba como entonces, sino que lloró en silencio y sin apenas verter lágrimas, como
decía el ama de don Antonino, el marqués, que lloraban en las ciudades los elegantes.
Ello implicaba que Gerardo, el Indiano, se había transformado mucho. Sus hermanos,
en cambio, seguían amarrados al lugar, a pesar de que, en opinión de su madre,
eran más listos que él; César, el mayor, con la carnicería de su madre, vendiendo
hígados, solomillos y riñones de vaca a los vecinos para luego, al cabo de los años,
hacer lo mismo que la señora Micaela y donar su hígado, su solomillo y sus riñones a
los gusanos de la tierra. Una conducta, en verdad, inconsecuente e inexplicable. El otro,
Damián, poseía una labranza 266 medianeja en la otra ribera del río. Total, nada, unas
obradas 267 de pradera y unos lacios 268 y barbudos maizales. Con eso vivía y con los
cuatro cuartos que le procuraba la docena de gallinas que criaba en el corral de su
casa.
Gerardo, el Indiano, en su primera visita al pueblo, trajo una mujer que casi no sabía
hablar, una hija de diez años y un "auto" que casi no metía ruido. Todos, hasta el auto,
vestían muy bien y cuando Gerardo dijo que allá, en Méjico, había dejado dos
restaurantes de lujo y dos barcos de cabotaje, César y Damián le hicieron muchas
carantoñas 269 a su hermano y quisieron volverse con él, a cuidar cada uno de un
restaurante y un barco de cabotaje. Pero Gerardo, el Indiano, no lo consintió. Eso sí,
les montó en la ciudad una industria de aparatos eléctricos y César y Damián se fueron
del valle, renegaron de él y de sus antepasados y sólo de cuando en cuando volvían
por el pueblo, generalmente por la fiesta de la Virgen, y entonces daban buenas
propinas y organizaban carreras de sacos y carreras de cintas y ponían cinco duros de
premio en la punta de la cucaña 270 . Y usaban sombreros planchados y cuello duro.
Los antiguos amigos de Gerardo le preguntaron cómo se había casado con una mujer
rubia y que casi no sabía hablar, siendo él un hombre de importancia y posición como,
a no dudar, lo era. El Indiano sonrió sin aspavientos y les dijo que las mujeres rubias
Hacienda de campo o tierras de labor.
Medida agraria usada en las provincias de Palencia, Segovia y Valladolid, en equivalencia,
respectivamente, de 53,832 áreas, de 39,303 áreas y de 46,582 áreas.
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Marchito, ajado.
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Caricia, palabra o gesto afectuoso que se hace a una persona, a veces con la intención de conseguir
algo de ella.
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Palo largo, untado de jabón o de grasa, por el cual se ha de trepar, si se hinca verticalmente en el
suelo, o andar, si se coloca horizontalmente a cierta distancia de la superficie del agua, para coger como
premio un objeto atado a su extremo.
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