Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 64
accedió, al fin:
—Está
decidida.
bien,
Lola;
mañana
me
confesaré.
Estoy
La Guindilla mayor descendió a la tienda. Dio media vuelta a la llave y entró Catalina,
la Lepórida. Ésta, al igual que sus hermanas, tenía el labio superior plegado como los
conejos y su naricita se fruncía y distendía incesantemente como si incesantemente
olisquease. Las llamaban, por eso, las Lepóridas. También las apodaban las Cacas,
porque se llamaban Catalina, Carmen, Camila, Caridad y Casilda y el padre había sido
tartamudo.
Catalina se aproximó al mostrador.
—Una peseta de sal —dijo.
Mientras la Guindilla mayor la despachaba, ella alzó la carita de liebre hacia el techo y
durante unos segundos vibraron nerviosamente las aletillas de su nariz.
—Lola, ¿es que tienes forasteros?
La Guindilla se cerró, hermética. Las Lepóridas eran las telefonistas del pueblo y
conocían las noticias casi tan pronto como Cuco, el factor. Respondió cauta:
—No, ¿por qué?
—Parece que se oye ruido arriba.
—Será el gato.
—No, no; son pisadas.
—También el gato pisa.
—Entiéndeme, son pisadas de personas. No serán ladrones, ¿verdad?
La Guindilla mayor cortó:
—Toma, la sal.