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—La cigüeña no trae los niños entonces, ¿verdad? Ya me parecía raro a mí —explicó— . Yo me decía, ¿por qué mi padre va a tener diez visitas de la cigüeña y la Chata, la vecina, ninguna y está deseando tener un hijo y mi padre no quería tantos? El Moñigo bajó la voz. En torno había un silencio que sólo quebraban el cristalino chapaleo 213 de los rápidos del río y el suave roce del viento contra el follaje. El Mochuelo y el Tiñoso tenían la boca abierta. Dijo el Moñigo: —Les duele la mar, ¿sabéis? Estalló el reticente 214 escepticismo 215 del Mochuelo: —¿Por qué sabes tú esas cosas? —Eso lo sabe todo cristiano menos vosotros dos, que vivís embobados —dijo el Moñigo—. Mi madre se murió de lo mucho que le dolía cuando nací yo. No se puso enferma ni nada; se murió de dolor. Hay veces que, por lo visto, el dolor no se puede resistir y se muere uno. Aunque no estés enfermo, ni nada; sólo es el dolor. — Emborrachado por la ávida 216 atención del auditorio, añadió—: Otras mujeres se parten por la mitad. Se lo he oído decir a la Sara. Germán, el Tiñoso, inquirió: —Más tarde sí se ponen enfermas, ¿no es cierto? El Moñigo acentuó el misterio de la conversación bajando aún más la voz: —Se ponen enfermas al ver al niño —confesó—. Los niños nacen con el cuerpo lleno de vello y sin ojos, ni orejas, ni narices. Sólo tienen una boca muy grande para mamar. Luego les van naciendo los ojos, y las orejas, y las narices y todo. Daniel, el Mochuelo, escuchaba las palabras del Moñigo todo estremecido y anhelante. Ante sus ojos se abría una nueva perspectiva que, al fin y al cabo, no era otra cosa que la justificación de la vida y la humanidad. Sintió una repentina vergüenza de hallarse Acción y efecto de chapalear Reservado, desconfiado 215 Desconfianza o duda de la verdad o eficacia de algo 216 Ansioso, codicioso 213 214