Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 56

enteramente desnudo al aire libre. Y, al tiempo, experimentó un amor remozado 217 , vibrante e impulsivo hacia su madre. Sin él saberlo, notaba, por primera vez, dentro de sí, la emoción de la consanguinidad 218 . Entre ellos había un vínculo, algo que hacía, ahora, de su madre una causa imprescindible, necesaria. La maternidad era más hermosa así; no se debía al azar, ni al capricho un poco absurdo de una cigüeña. Pensó Daniel, el Mochuelo, que de cuanto sabía de "eso", era esto lo que más le agradaba; el saberse consecuencia de un gran dolor y la coincidencia de que ese dolor no lo hubiera esquivado su madre porque deseaba tenerle precisamente a él. Desde entonces, miró a su madre de otra manera, desde un ángulo más humano y simple, pero más sincero y estremecido también. Era una sensación extraña la que le embargaba en su presencia; algo así como si sus pulsos palpitasen al unísono, uniformemente; una impresión de paralelismo y mutua necesidad. En lo sucesivo, Daniel, el Mochuelo, siempre que iba a bañarse a la Poza del Inglés, llevaba un calzoncillo viejo y remendado, como el Moñigo, y se ponía lo de atrás delante. Y, entonces, pensaba en lo feo que debía ser él nada más nacer, con todo el cuerpo cubierto de vello y sin ojos, ni orejas, ni narices, ni nada... Sólo una bocaza enorme y ávida para mamar. "Como un topo", pensaba. Y el primer estremecimiento se transformaba al poco rato en una risa espasmódica 219 y contagiosa. 217 218 219 Dar o comunicar un aspecto más lozano, nuevo o moderno a alguien o algo Parentesco de dos o más individuos que tienen un antepasado común próximo Acompañado de espasmos