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—¿Quééééé?
—Que las vacas lecheras llevan la leche en la barriga, Daniel —agregó ella, y le
apuntaba con la chata uña la ubre prieta de la vaca de la estampa. Dudó un momento
Daniel, el Mochuelo, mirando la ubre esponjosa; señaló el pezón.
—¿Y la leche sale por ese grano? —dijo.
—Sí, hijito, por ese grano sale.
Aquella noche, Daniel no pudo hablar ni pensar en otra cosa. Intuía en todo aquello
un misterio velado para él, pero no para su madre. Ella se reía como no se reía otras
veces, al preguntarle otras cosas. Paulatinamente 210 , el Mochuelo se fue olvidando de
aquello. Meses después, su padre compró una vaca. Más tarde conoció las veinte vacas
del boticario 211 y las vio ordeñar. Daniel, el Mochuelo, se reía mucho
luego al solo pensamiento de que hubiera podido imaginar alguna vez que las vacas
sin cántaras no daban leche.
Aquella tarde, en el prado de la Encina, junto al río, mientras el Moñigo hablaba, él se
acordó de la estampa de la vaca holandesa. Acababan de chapuzarse y un vientecillo
ahilado les secaba el cuerpo a fríos lengüetazos. Con todo, flotaba un calor excesivo y
pegajoso en el ambiente. Tumbados boca arriba en la pradera, vieron pasar por encima
un enorme pájaro.
210
211
De manera paulatina
Farmacéutico