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—Y la Tierra está en el aire también como otra estrella, ¿verdad? —añadió.
—Sí; al menos eso dice el maestro.
—Bueno, pues es lo que te digo. Si una estrella se cae y no choca con la Tierra ni con
otra estrella,
¿no llega nunca al fondo? ¿Es que ese aire que las rodea no se acaba nunca?
Daniel, el Mochuelo, se quedó pensativo un instante. Empezaba a dominarle también a
él un indefinible desasosiego 67 cósmico. La voz surgió de su garganta indecisa y aguda
como un lamento.
—Moñigo.
—¿Qué?
—No me hagas esas preguntas; me mareo.
—¿Te mareas o te asustas?—Puede que las dos cosas —admitió. Rió,
entrecortadamente, el Moñigo.
—Voy a decirte una cosa —dijo luego.
—¿Qué?
—También a mí me dan miedo las estrellas y todas esas cosas que no se abarcan 68 o
no se acaban nunca. Pero no lo digas a nadie, ¿oyes? Por nada del mundo querría
que se enterase de ello mi hermana Sara.
El Moñigo escogía siempre estos momentos de reposo solitario para sus
confidencias 69 . Las ingentes montañas, con sus recias crestas recortadas sobre el
horizonte, imbuían 70 al Moñigo una irritante impresión de insignificancia. Si la Sara,
pensaba Daniel, el Mochuelo, conociera el flaco del Moñigo, podría, fácilmente, meterlo
en un puño. Pero, naturalmente, por su parte, no lo sabría nunca. Sara era una muchacha
antipática y cruel y Roque su mejor amigo.
¡Que adivinase ella el terror indefinible que al Moñigo le inspiraban las estrellas!
Al regresar, ya de noche, al pueblo, se hacía más notoria 71 y perceptible la vibración
vital del valle. Los trenes pitaban en las estaciones diseminadas 72 y sus silbidos
rasgaban la atmósfera como cuchilladas. La tierra exhalaba 73 un agradable vaho a
humedad y a excremento de vaca. También olía, con más o menos fuerza, la hierba
según el estado del cielo o la frecuencia de las lluvias.
A Daniel, el Mochuelo, le placían estos olores, como le placía oír en la quietud de la
noche el mugido soñoliento de una vaca o el lamento chirriante e iterativo 74 de una
carreta de bueyes avanzando a trompicones 75 por una cambera 76 .
En verano, con el cambio de hora, regresaban al pueblo de día. Solían hacerlo por
67 Falta de quietud, tranquilidad, serenidad
68 Rodear, contener o comprender algo
69 Revelación secreta, noticia reservada
70 Infundir, persuadir
71 Importante, relevante o famoso
72 Extender lo que está junto o amontonado
73 Despedir gases, vapores u olores
74 Que se repite
75 Tropezón o paso tambaleante de una persona
76 Camino de carros