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encima del túnel, escogiendo la hora del paso del tranvía interprovincial. Tumbados
sobre el montículo, asomando la nariz al precipicio, los dos rapaces 77 aguardaban
impacientes la llegada del tren. La hueca resonancia del valle aportaba a sus oídos, con
tiempo suficiente, la proximidad del convoy 78 . Y, cuando el tren surgía del túnel,
envuelto en una nube densa de humo, les hacía estornudar y reír con espasmódicas 79
carcajadas. Y el tren se deslizaba bajo sus ojos, lento y traqueteante 80 , monótono 81 ,
casi al alcance de la mano.
Desde allí, por un senderillo de cabras, descendían a la carretera. El río cruzaba bajo el
puente, con una sonoridad adusta 82 de catarata. Era una corriente de montaña que
discurría con fuerza entre grandes piedras reacias a la erosión. El murmullo oscuro de
las aguas se remansaba, veinte metros más abajo, en la Poza del Inglés, donde ellos
se bañaban en las tardes calurosas del estío.
En la confluencia 83 del río y la carretera, a un kilómetro largo del pueblo, estaba la
taberna de Quino, el Manco. Daniel, el Mochuelo, recordaba los buenos tiempos, los
tiempos de las transacciones fáciles y baratas. En ellos, el Manco, por una perra chica
les servía un gran vaso de sidra de barril y, encima les daba conversación. Pero los
tiempos habían cambiado últimamente y, ahora, Quino, el Manco, por cinco céntimos,
no les daba más que conversación.
La tasca de Quino, el Manco, se hallaba casi siempre vacía. El Manco era generoso
hasta la prodigalidad 84 y en los tiempos que corrían resultaba arriesgado ser
generoso. En la taberna de Quino, por unas causas o por otras, sólo se despachaba ya
un pésimo vino tinto con el que mataban la sed los obreros y empleadas de la fábrica
de clavos, ubicada quinientos metros río abajo.
Más allá de la taberna, a la izquierda, doblando la última curva, se hallaba la quesería
del padre del Mochuelo. Frente por frente, un poco internada en los prados, la estación
y, junto a ella, la casita alegre, blanca y roja de Cuco, el factor. Luego, en plena varga
85 ya, empezaba el pueblo propiamente dicho Era, el suyo, un pueblecito pequeño y
retraído 86 y vulgar. Las casas eran de piedra, con galerías abiertas y colgantes de
77 Dicho de un ave de presa
78 medio de transporte
79 Acompañado de espasmos
80 Hacer ruido, estruendo o estrépito
81 Que adolece de monotonía
82 Seco, severo, desabrido
83 Paraje donde confluyen los caminos, los ríos y otras corrientes de agua.
84 Profusión, desperdicio, consumo de la propia hacienda, gastando excesivamente
85 Parte más pendiente de una cuesta
86 Poco comunicativo o tímido