Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 171

—Y ella, ¿qué dice? —Que me llevará a la ciudad, cuando sea mi madre, para que me quiten las pecas. —Y tú, ¿quieres? Se azoraba la Uca—uca y bajaba los ojos: —Claro. El día de la boda Mariuca—uca no apareció por ninguna parte. Al anochecer, Quino, el Manco, se olvidó de la Guindilla mayor y de todo y dijo que había que buscar a la niña costara lo que costase. Daniel, el Mochuelo, observaba fascinado los preparativos en su derredor. Los hombres con palos, faroles y linternas, con los pies embutidos en gruesas botas claveteadas que producían un ruido chirriante al moverse en la carretera. Daniel, el Mochuelo, al ver que se pasaba el tiempo sin que los hombres regresaran de las montañas, se fue llenando de ansiedad. Su madre lloraba a su lado y no cesaba de decir: "Pobre criatura". Por lo visto no era partidaria de dar a la Uca—uca una madre postiza. Cuando Rafaela, la Chancha, la mujer del Cuco, el factor, pasó a la quesería diciendo que era probable que a la niña la hubiera devorado un lobo, Daniel, el Mochuelo, tuvo ganas de gritar con toda su alma. Y fue en ese momento cuando se confesó que si a la Uca—uca le quitaban las pecas, le quitaban la gracia y que él no quería que a la Uca—uca le quitaran las pecas y tampoco que la devorase un lobo. A las dos de la madrugada regresaron los hombres con los palos, las linternas y los faroles y la Mariuca— uca en medio, muy pálida y desgreñada. Todos corrieron a casa de Quino, el Manco, a ver llegar a la niña y a besarla y a estrujarla