Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 170

Daniel, el Mochuelo, presentía la tribulación 558 inexpresada de la pequeña, el valor heroico de su hermetismo, tan dignamente sostenido. La niña preguntó de pronto: —¿Es cierto que tú te marchas a la ciudad? —Dentro de tres meses. He cumplido ya once años. Mi padre quiere que progrese. —Y tú, ¿qué dices? —Nada. Después de hablar se dio cuenta el Mochuelo de que se habían cambiado las tornas 559 ; de que era él, ahora, el que no decía nada. Y comprendió que entre él y la Uca—uca surgía de repente un punto común de rara afinidad. Y que no lo pasaba mal charlando con la niña, y que los dos se asemejaban en que tenían que acatar lo que más convenía a sus padres sin que a ellos se les pidiera opinión. Y advirtió también que estando así, charlando de unas cosas y otras, se estaba bien y no se acordaba para nada de la Mica. Y, sobre todo, que la idea de marchar a la ciudad a progresar, volvía a hacérsele ardua 560 e insoportable. Cuando quisiera volver de la ciudad de progresar, la Mica, de seguro, habría perdido el cutis y tendría, a cambio, una docena de chiquillos. Ahora se encontraba con la Uca—uca con más frecuencia y ya no la rehuía con la hosquedad que lo hacía antes. —Uca—uca, ¿cuándo es la boda? —Para julio. —Y tú, ¿qué dices? —Nada. 558 Pena dolor 559 Cambiar en sentido opuesto la marcha de un asunto o de una situación 560 Muy difícil. .