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llamarle don Antonino y seguía quitándose la boina al cruzarse con él, para saludarle.
Y continuaba siendo el marqués. Después de todo, si Paco, el herrero, no se casaba
lo hacía por no dar madrastra a sus hijos y no por tener más dinero disponible para
vino como malévolamente insinuaban la Guindilla mayor y las Lepóridas.
Los domingos y días festivos, Paco, el herrero, se emborrachaba en casa del Chano
hasta la incoherencia. Al menos eso decían la Guindilla mayor y las Lepóridas. Mas si
lo hacía así, sus razones tendría el herrero, y una de ellas, y no desdeñable, era la de
olvidarse de los últimos seis días de trabajo y de la inminencia de otros seis en los
que tampoco descansaría. La vida era así de exigente y despiadada con los hombres.
A veces, Paco, cuyo temperamento se exaltaba con el alcohol, armaba en la taberna
del Chano trifulcas 35 considerables. Esto sí, jamás tiraba de navaja aunque sus
adversarios lo hicieran. A pesar de ello, las Lepóridas y la Guindilla mayor decían de
él —de él, que peleaba siempre a pecho descubierto y con la mayor nobleza
concebible— que era un asqueroso matón. En realidad, lo que mortificaba a la
Guindilla mayor, las Lepóridas, al maestro, al ama de don Antonino, a la madre de
Daniel, el Mochuelo, y a don José, el cura, eran los músculos abultados del herrero;
su personalidad irreductible; su hegemonía 36 física. Si Paco y su hijo hubieran sido
unos fifiriches al pueblo no le importaría que fuesen borrachos o camorristas; 37 en
cualquier momento podrían tumbarles de un sopapo. Ante aquella inaudita
corpulencia, la cosa cambiaba; habían de conformarse con ponerles verdes por la
espalda. Bien decía Andrés, el zapatero: "Cuando a las gentes les faltan músculos en
los brazos, les sobran en la lengua".
Don José, el cura, que era un gran santo, a pesar de censurar 38 abiertamente a Paco,
el herrero, sus excesos, sentía hacia él una secreta simpatía. Por mucho que tronase
no podría olvidar nunca el día de la Virgen, aquel año en que Tomás se puso muy
enfermo y no pudo llevar las andas 39 de la imagen. Julián, otro de los habituales
portadores de las andas, tuvo que salir del lugar en viaje urgente. La cosa se ponía
fea. No surgían sustitutos. Don José, el cura, pensó, incluso, en suspender la
procesión. Fue entonces cuando se presentó, humildemente, en la iglesia Paco, el
herrero.
—Señor cura, si usted quiere, yo puedo pasear la Virgen por el pueblo. Pero ha de
ser a condición de que me dejen a mí solo — dijo.
35 Desorden y camorra entre varias personas
36 Supremacía de cualquier tipo .
37
38
Que fácilmente y por causas leves arma camorras y pendencias
Criticar
Tablero que , sostenido por dos varas paralelas y horizontales , sirve para conducir efigies , personas
39
ocosas .