Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 17
Don José sonrió maliciosamente al herrero.
—Hijo, agradezco tu voluntad y no dudo de tus fuerzas. Pero la imagen pesa más
de doscientos kilos—dijo.
Paco, el herrero, bajó los ojos, un poco avergonzado de su enorme fortaleza.
—Podría llevar encima cien kilos más, señor cura. No sería la primera vez... —insistió.
Y la Virgen recorrió el pueblo sobre los fornidos hombros de Paco, el herrero, a paso
lento y haciendo cuatro paradas: en la plaza, ante el Ayuntamiento, frente a
Teléfonos y, de regreso, en el atrio de la iglesia, donde se entonó, como era
costumbre, una Salve popular. Al concluir la procesión, los chiquillos rodearon
admirados a Paco, el herrero. Y éste, esbozando una sonrisa pueril 40 , les obligaba a
palparle la camisa en el pecho, en la espalda, en los sobacos.
—Tentad, tentad —les decía—; no estoy sudado; no he sudado ni tampoco una gota.
La Guindilla mayor y las Lepóridas censuraron a don José, el cura, que hubiese
autorizado a poner la imagen de la Virgen sobre los hombros más pecadores del
pueblo. Y juzgaron el acto meritorio de Paco, el herrero, como una ostentación
evidentemente pecaminosa. Pero Daniel, el Mochuelo, estaba en lo cierto: lo que no
podía perdonársele a Paco, el herrero, era su complexión y ser el hombre más
vigoroso del valle, de todo el valle.
40
Infantil