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Camila, la Lepórida, se portó mal con él; eso desde luego; don Moisés, el maestro,
anduvo enamoriscado 455 de ella una temporada y ella le dio calabazas, porque decía
que era rostritorcido 456 y tenía la boca descentrada. Esto era una tontería, y Paco, el
herrero, llevaba razón al afirmar que eso no constituía inconveniente grave, ya que la
Lepórida, si se casaba con él, podría centrarle la boca y enderezarle la cara a fuerza de
besos. Pero Camila, la Lepórida, no andaba por la labor y se obstinó 457 en que para
besar la boca del maestro habría de besarla en la oreja y esto le resultaba
desagradable. Paco, el herrero, no dijo que sí ni que no, pero pensó que siempre sería
menos desagradable besar la oreja de un hombre que besar los hocicos de una
liebre. Así que la cosa se disolvió en agua de borrajas. Camila, la Lepórida, continuó
colgada del teléfono y don Moisés, el maestro, acudiendo diariamente a la escuela sin
ropa interior, con la vuelta de los puños tazada y los codos agujereados.
El día que Roque, el Moñigo, expuso a Daniel, el Mochuelo, y Germán, el Tiñoso, sus
proyectos fue un día soleado de vacación, en tanto Pascual, el del molino, y Antonio,
el buche, disputaban una partida en el corro de bolos.
—Oye, Mochuelo —dijo de pronto—; ¿por qué no se casa la Sara con el Peón?
Por un momento, Daniel, el Mochuelo, vio los cielos abiertos. ¿Cómo siendo aquello
tan sencillo y pertinente no se le ocurrió antes a él?
—¡Claro! —replicó—. ¿Por qué no se casan?
—Digo —agregó a media voz el Moñigo—, que para casarse dos basta con que se
entiendan en alguna cosa. La Sara y el Peón se parecen en que ninguno de los dos me
puede ver a mí ni en pintura.
A Daniel, el Mochuelo, iba pareciéndole el Moñigo un ser inteligente. No veía manera
de cambiar de exclamación, tan perfecto y sugestivo 458 le parecía todo aquello.
—¡Claro! —dijo.
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Prendarse de alguien levemente y sin gran empeño
Que manifiesta en el semblante enojo, enfado o pesadumbre
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Dicho de una persona: Mantenerse en su resolución y tema, porfiar con necedad y pertinacia, sin dejarse
vencer por los ruegos y amonestaciones razonables ni por obstáculos o reveses.
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Que suscita emoción