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Don Moisés, el maestro, decía a menudo que él necesitaba una mujer más que un
cocido. Pero llevaba diez años en el pueblo diciéndolo y aún seguía sin la mujer que
necesitaba. Las Guindillas, las Lepóridas y don José, el cura, que era un gran santo,
reconocían que el Peón necesitaba una mujer. Sobre todo por dignidad profesional.
Un maestro no puede presentarse en la escuela de cualquier manera; no es lo mismo
que un quesero o un herrero, por ejemplo. El cargo, exige. Claro que lo primero que
exige el cargo es una remuneración suficiente, y don Moisés, el Peón, carecía de ella.
Así es que tampoco tenía nada de particular que don Moisés, el Peón, se embutiese
cada día en el mismo traje con que llegó al pueblo, todo tazado 454 y remendado, diez
años atrás, e incluso que no gastase ropa interior. La ropa interior costaba un ojo de
la cara y el maestro precisaba los dos ojos de la cara para desempeñar su labor.
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Estropear la ropa con el uso, principalmente a causa del roce, por los dobleces y bajos.