Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 126

oído la advertencia del Moñigo, a su lado: —¡Agarráos a las rodillas! Y se agarró ávidamente, porque lo ordenaba el jefe y porque la atracción del convoy era punto menos que irresistible. Se agarró a las rodillas, cerró los ojos y contrajo el vientre. Fue feliz al constatar que había cumplido ce por be lo que Roque les había exigido. Se oyeron las risas sofocadas de los tres amigos al concluir de desfilar el tren. El Tiñoso se irguió y comenzó a toser ahíto 453 de humo. Luego tosió el Mochuelo y, el último, el Moñigo. Jamás el Moñigo rompía a toser el primero, aunque tuviese ganas de hacerlo. Sobre estos extremos existía siempre una competencia inexpresada. Se reían aún cuando Roque, el Moñigo, dio la voz de alarma. —No están aquí los pantalones —dijo. Cedieron las risas instantáneamente. -Ahí tenían que estar – corroboró el Mochuelo, tanteando en la oscuridad El Tiñoso dijo: —Tened cuidado, no piséis... El Moñigo se olvidó, por un momento, de los pantalones. —¿Lo habéis hecho? —inquirió. Se fundieron en la tenebrosa oscuridad del túnel las afirmaciones satisfechas del Mochuelo y el Tiñoso. —¡Sí! —También yo —confesó Roque, el Moñigo; y rió en torno al comprobar la rara unanimidad de sus vísceras. Los pantalones seguían sin aparecer. Tanteando llegaron a la boca del túnel. Tenían los traseros salpicados de carbonilla y el temor por haber extraviado los calzones 453 Dicho de un animal, especialmente de un toro o de un caballo: Resoplar con ira y furor