Leemos el camino segundo A leemos el camino A con introducción | Page 125
contundente:
—Las sentirá en cuanto oiga acercarse la máquina.
El detalle que descuidaron fue el depósito de los calzones. De haber atado este cabo,
nada se hubiera descubierto. Como no hubiera pasado nada tampoco si el día que el
Tiñoso llevó la lupa a la escuela no hubiera habido sol. Pero existen, flotando
constantemente en el aire, unos entes diabólicos que gozan enredando los actos
inocentes de los niños, complicándoles las situaciones más normales y simples.
¿Quién pensaba, en ese momento, en la suerte de los calzones estando en juego la
propia suerte? ¿Se preocupa el torero del capote cuando tiene las astas a dos cuartas
de sus ingles? Y aunque al torero le rasgue el toro el capote no le regaña su madre, ni
le aguarda un maestro furibundo que le dé dos docenas de regletazos y le ponga de
rodillas con la Historia Sagrada levantada por encima de la cabeza. Y, además, al torero
le dan bastante dinero. Ellos arriesgaban sin esperar una recompensa ni un aplauso, ni
la chimenea ni una rueda del tren tan siquiera. Trataban únicamente de
autoconvencerse de su propio valor. ¿Merece esta prueba un suplicio tan refinado?
El rápido entró en el túnel silbando, bufando, 452 echando chiribitas, haciendo trepidar
los montes y las piedras. Los tres rapaces estaban pálidos, en cuclillas, con los traseritos
desnudos a medio metro de la vía. Daniel, el Mochuelo, sintió que el mundo se
dislocaba bajo sus plantas, se desintegraba sin remedio y, mentalmente, se santiguó.
La locomotora pasó bufando a su lado y una vaharada cálida de vapor le lamió el
trasero. Retemblaron las paredes del túnel, que se llenó de unas resonancias férreas
estruendosas. Por encima del fragor del hierro y la velocidad encajonada, llegó a su
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Dicho de un animal, especialmente de un toro o de un caballo: Resoplar con ira y furor