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mayor, porque, a fin de cuentas, ella era la dueña del gato y le quería como si fuese una consecuencia irracional de su vientre seco. Mas tampoco ellos eran culpables de que la Guindilla mayor sintiera aquel afecto entrañable y desordenado por el animal, ni de que el gato saltara al escaparate en cuanto el sol, aprovechando cualquier descuido de las nubes, asomaba al valle su rostro congestionado y rubicundo. De esto no tenía la culpa nadie, ésa es la verdad. Pero Daniel, el Mochuelo, intuía 447 que los niños tienen ineluctablemente la culpa de todas aquellas cosas de las que no tiene la culpa nadie. Lo del gato tampoco fue una hazaña del otro jueves. Si el gato hubiese sido de Antonio, el Buche, o de las mismas Lepóridas, no hubiera ocurrido nada. Pero Lola, la Guindilla mayor, era una escandalosa y su amor por el gato una inclinación evidentemente enfermiza y anormal. Porque, vamos a ver, si la trastada hubiese sido grave o ligeramente pecaminosa, ¿se hubiera reído don José, el cura, con las ganas que se rió cuando se lo contaron? Seguramente, no. Además, ¡qué diablo!, el bicho se lo buscaba por salir al escaparate a tomar el sol. Claro que esta costumbre, por otra parte, representaba para Daniel, el Mochuelo, y sus amigos, una estimable ventaja económica. Si deseaban un real de galletas tostadas, en la tienda de las Guindillas, la mayor decía: —¿De las de la caja o de las que ha tocado el gato? —De las que ha tocado el gato —respondían ellos, invariablemente. Las que "había tocado el gato" eran las muestras del escaparate y, de éstas, la Guindilla mayor daba cuatro por un real, y dos, por el mismo precio, de las de la caja. A ellos no les importaba mucho que las galletas estuvieran tocadas por el gato. En ocasiones estaban algo más que tocadas por el gato, pero tampoco en esos casos les importaba demasiado. Siempre, en cualesquiera condiciones, serían preferibles cuatro galletas que dos. En lo concerniente a la lupa, fue Germán, el Tiñoso, quien la llevó a la escuela una mañana de primavera. Su padre la guardaba en el taller para examinar el calzado, pero Andrés, "el hombre que de perfil no se le ve", apenas la utilizaba porque tenía buena vista. La hubiera usado si las lupas poseyeran la virtud de levantar un poco las sayas 448 de las mujeres, pero lo que él decía: "Para ver las pantorrillas más gordas y accidentadas de lo que realmente son, no vale la pena emplear artefactos". Percibir íntima e instantáneamente una idea o verdad, tal como si se la tuviera a la vista 448 falda (prenda de vestir). 447