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Podían decir lo que quisieran; eso no se lo impediría nadie. Pero lo que decían de ellos
no se ajustaba a la verdad. Ni Roque, el Moñigo, tenía toda la culpa, ni ellos hacían
otra cosa que procurar pasar el tiempo de la mejor manera posible. Que a la Guindilla
mayor, al quesero, o a don Moisés, el maestro, no les agradase la forma que ellos
tenían de pasar el tiempo era una cosa muy distinta. Mas ¿quién puede asegurar que
ello no fuese una rareza de la Guindilla, el quesero y el Peón y no una perversidad
diabólica por su parte?
La gente en seguida arremete contra los niños, aunque muchas veces el enojo de los
hombres proviene de su natural irritable y suspicaz 445 y no de las travesuras de
aquéllos. Ahí estaba Paco, el herrero. Él les comprendía porque tenía salud y buen
estómago, y si el Peón no hacía lo mismo era por sus ácidos y por su rostro y su hígado
retorcidos. Y su mismo padre, el quesero, porque el afán ávido 446 de ahorrar le impedía
ver las cosas en el aspecto optimista y risueño que generalmente ofrecen. Y la Guindilla
445 Propenso
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a concebir sospechas o a tener desconfianza.
Ansioso, codicioso.