tu espíritu no ha muerto, no; resuena,
resuena aún el eco de aquel grito
con que a lidiar llamaste; la gran lidia
de que desarrollaste el estandarte,
triunfa ya, y en su triunfo tienes parte.
Tu nombre, Girardot, también la fama
hará sonar con inmortales cantos,
que del Santo Domingo en las orillas
dejas de tu valor indicios tantos.
¿Por qué con fin temprano el curso alegre
cortó de tus hazañas la fortuna?
Caíste, sí; mas vencedor caíste;
y de la patria el pabellón triunfante
sombra te dio al morir, enarbolado
sobre las conquistadas baterías,
de los usurpadores sepultura.
Puerto Cabello vio acabar tus días,
mas tu memoria no, que eterna dura.
Ni menos estimada la de Roscio
será en la más remota edad futura.
Sabio legislador le vio el senado,
el pueblo, incorruptible magistrado,
honesto ciudadano, amante esposo,
amigo fiel, y de las prendas todas
que honran la humanidad cabal dechado.
Entre las olas de civil borrasca,
el alma supo mantener serena;
con rostro igual vio la sonrisa aleve
de la fortuna, y arrastró cadena;
y cuando del baldón la copa amarga
el canario soez pérfidamente
le hizo agotar, la dignidad modesta
de la virtud no abandonó su frente.
Si de aquel ramo que Gradivo empapa
de sangre y llanto está su sien desnuda,
¿cuál otro honor habrá que no le cuadre?
De la naciente libertad, no sólo
fue defensor, sino maestro y padre.
No negará su voz divina Apolo
a tu virtud, ¡oh Piar!, su voz divina,
que la memoria de alentados hechos
redime al tiempo y a la Parca avara.
Bien tus proezas Maturín declara,
y Cumaná con Güiria y Barcelona,
y del Juncal el memorable día,
y el campo de San Félix las pregona,
que con denuedo tanto y bizarría
las enemigas filas disputaron,
pues aún postradas por la muerte guardan
el orden triple en que a la lid marcharon.
¡Dichoso, si Fortuna tu carrera
cortado hubiera allí, si tanta gloria
algún fatal desliz no oscureciera!
Pero ¿a dónde la vista se dirige
que monumentos no halle de heroísmo?
¿La retirada que Mac Gregor rige
diré, y aquel puñado de valientes,
que rompe osado por el centro mismo
del poder español, y a cada huella
deja un trofeo? ¿Contaré las glorias
que Anzoátegui lidiando gana en ella,
o las que de Carúpano en los valles,
o en las campañas del Apure, han dado
tanto lustre a su nombre, o como experto
caudillo, o como intrépido soldado?
¿El batallón diré que, en la reñida
función de Bomboná, las bayonetas
en los pendientes precipicios clava,
osa escalar por ellos la alta cima,
y de la. fortaleza se hace dueño
que a las armas patricias desafiaba?
¿Diré de Vargas el combate insigne,
en que Rondón, de bocas mil, que muerte
vomitan sin cesar, el fuego arrostra,
el puente fuerza, sus guerreros guía
sobre erizados riscos que aquel día
oyeron de hombres la primer pisada,
y al español sorprende, ataca, postra?
¿O citaré la célebre jornada
en que miró a Cedeño el anchuroso
Caura, y a sus bizarros compañeros,
llevados los caballos de la rienda,
fiados a la boca los aceros,
su honda corriente atravesar a nado,
y de las contrapuestas baterías
hacer huir al español pasmado?
Como en aquel jardín que han adornado
naturaleza y arte a competencia,