y entre devotas preces, que dirige
al cielo, autor de la concordia, el clero,
en nombre del presente Dios, en nombre
de su monarca y de su honor, a vista
de entrambos bandos y del pueblo entero,
a los que tiene puestos ya en la lista
de proscripción, fraternidad promete.
Celébrase en espléndido banquete
la paz; los brindis con risueña cara
recibe... y ya en silencio se prepara
el desenlace de este drama infando;
el mismo sol que vio jurar las paces,
Colombia, a tus patriotas vio expirando.
A ti también, Javier Ustáriz, cupo
mísero fin; atravesado fuiste
de hierro atroz a vista de tu esposa
que con su llanto enternecer no pudo
a tu verdugo, de piedad desnudo;
en la tuya y la sangre de sus hijos
a un tiempo la infeliz se vio bañada.
¡Oh Maturín! ¡oh lúgubre jornada!
¡Oh día de aflicción a Venezuela,
que aún hoy, de tanta pérdida preciosa,
apenas con sus glorias se consuela!
Tú en tanto en la morada de los justos
sin duda el premio, amable Ustáriz, gozas
debido a tus fatigas, a tu celo
de bajos intereses desprendido;
alma incontaminada, noble, pura,
de elevados espíritus modelo,
aun en la edad oscura
en que el premio de honor se dispensaba
sólo al que a precio vil su honor vendía,
y en que el rubor de la virtud, altivo
desdén y rebelión se interpretaba.
La música, la dulce poesía
¿son tu delicia ahora, como un día?
¿O a más altos objetos das la mente,
y con los héroes, con las almas bellas
de la pasada edad y la presente,
conversas, y el gran libro desarrollas
de los destinos del linaje humano,
y los futuros casos de la grande
lucha de libertad, que empieza, lees,
y su triunfo universal lejano?
De mártires que dieron por la patria
la vida, el santo coro te rodea:
Régulo, Trásea, Marco Bruto, Decio,
cuantos inmortaliza Atenas libre,
cuantos Esparta y el romano Tibre;
los que el bátavo suelo y el helvecio
muriendo consagraron, y el britano;
Padilla, honor del nombre castellano;
Caupolicán y Guacaipuro, altivo,
y España osado; con risueña frente
Guatimozín te muestra el lecho ardiente;
muéstrate Gual la copa del veneno;
Luisa el crüento azote;
y tú, en el blanco seno,
las rojas muestras de homicidas balas,
heroica Policarpa, le señalas,
tú que viste expirar al caro amante
con firme pecho, y por ajenas vidas
diste la tuya, en el albor temprano
de juventud, a un bárbaro tirano.
¡Miranda! de tu nombre se gloria
también Colombia; defensor constante
de sus derechos; de las santas leyes,
de la severa disciplina amante.
Con reverencia ofrezco a tu ceniza
este humilde tributo, y la sagrada
rama a tu efigie venerable ciño,
patriota ilustre, que, proscrito, errante,
no olvidaste el cariño
del dulce hogar, que vio mecer tu cuna;
y ora blanco a las iras de fortuna,
ora de sus favores halagado,
la libertad americana hiciste
tu primer voto, y tu primer cuidado.
Osaste, solo, declarar la guerra
a los tiranos de tu tierra amada;
y desde las orillas de Inglaterra,
diste aliento al clarín, que el largo sueño
disipó de la América, arrullada
por la superstición. Al noble empeño
de sus patricios, no faltó tu espada
y si, de contratiempos asaltado
que a humanos medios resistir no es dado,
te fue el ceder forzoso, y en cadena
a manos perecer de una perfidia,