en tu desolación, ¡oh patria de héroes!
tú que, lidiando altiva en la vanguardia
de la familia de Colón, la diste
de fe constante no excedido ejemplo;
y si en tu suelo desgarrado al choque
de destructivos terremotos, pudo
tremolarse algún tiempo la bandera
de los tiranos, en tus nobles hijos
viviste inexpugnable, de los hombres
y de los elementos vencedora.
Renacerás, renacerás ahora;
florecerán la paz y la abundancia
en tus talados campos; las divinas
Musas te harán favorecida estancia,
y cubrirán de rosas tus rüinas.
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¡Colombia! ¿qué montaña, qué ribera,
qué playa inhospital, donde antes sólo
por el furor se vio de la pantera
o del caimán el suelo en sangre tinto;
cuál selva tan oscura, en tu recinto,
cuál queda ya tan solitaria cima,
que horror no ponga y grima,
de humanas osamentas hoy sembrada,
feo padrón del sanguinario instinto
que también contra el hombre al hombre
anima?
Tu libertad ¡cuán caro
compraste! ¡cuánta tierra devastada!
¡cuánta familia en triste desamparo!
Mas el bien adquirido al precio excede.
¿Y cuánto nombre claro
no das también al templo de memoria?
Con los de Codro y Curcio el de Ricaurte
vivirá, mientras hagan el humano
pecho latir la libertad, la gloria.
Viole en sangrientas lides el Aragua
dar a su patria lustre, a España miedo;
el despotismo sus falanges dobla,
y aun no sucumbe al número el denuedo.
A sorprender se acerca una columna
el almacén que con Ricaurte guarda
escasa tropa; él, dando de los suyos
a la salud lo que a la propia niega,
aléjalos de sí; con ledo rostro
su intento oculta. Y ya de espeso polvo
se cubre el aire, y cerca se oye el trueno
del hueco bronce, entre dolientes ayes
de inerme vulgo, que a los golpes cae
del vencedor; mas no, no impunemente:
Ricaurte aguarda de una antorcha armado.
Y cuando el puesto que defiende mira
de la contraria hueste rodeado,
que, ebria de sangre, a fácil presa avanza;
cuando el punto fatal, no a la venganza,
(que indigna juzga), al alto sacrificio
con que llenar el cargo honroso anhela,
llegado ve, ¡Viva la Patria! clama;
la antorcha aplica; el edificio vuela.
Ni tú de Ribas callarás la fama,
a quien vio victorioso Niquitao,
Horcones, Ocumare, Vigirima,
y, dejando otros nombres, que no menos
dignos de loa Venezuela estima,
Urica, que ilustrarle pudo sola,
donde de heroica lanza atravesado
mordió la tierra el sanguinario Boves,
monstruo de atrocidad más que española.
¿Qué, si de Ribas a los altos hechos
dio la fortuna injusto premio al cabo?
¿Qué, si cautivo el español le insulta?
¿Si perecer en el suplicio le hace
a vista de los suyos? ¿si su yerta
cabeza expone en afrentoso palo?
Dispensa a su placer la tiranía
la muerte, no la gloria, que acompaña
al héroe de la patria en sus cadenas,
y su cadalso en luz divina baña.
Así expiró también, de honor cubierto,
entre víctimas mil, Baraya, a manos
de tus viles satélites, Morillo;
ni el duro fallo a mitigar fue parte
de la mísera hermana el desamparo,
que, lutos arrastrando, acompañada
de cien matronas, tu clemencia implora.
«Muera (respondes) el traidor Baraya,
y que a destierro su familia vaya».
Baraya muere, mas su ejemplo vive.